¿Qué extraña simbiosis se habría producido en Omar Pérez para que después de proyectos político-intelectuales incómodos para el Poder, después de campos de trabajo (¿en Pinar del Río?, ¿recogiendo tomates?, no sé, mis referencias son brumosas: ¿sería preferible llamarlo "escuela al campo"?), después de alguna que otra estancia en el extranjero (Italia quizás) y ya sumergido en un fértil retiro espiritual, repito, qué extraña simbiosis pudo haber padecido (o gozado), qué rara luz haberlo iluminado para que ahora hable de "pretensiones mercenarias" en los colaboradores del susodicho libro, desconozca "las mentiras que nos vimos obligados a decir" y erija un discurso de Superman de la honestidad?
Para mantener el equilibrio entre tradición y revolución, según Omar Pérez, se "requiere del intelectual un ejercicio imaginativo". Claro está, y este lo es. Invocar en un mismo acto al maestro Deshimaru, a Martí, a Lezama y a la Revolución cubana es a todas luces un complejo "ejercicio imaginativo".
¿Pretenderá Omar Pérez para el "día después" y como antes lo hiciera el maestro Deshimaru, "interpretar la conversación entre las montañas y relatarla a sus discípulos", según queda escrito ya no en su reseña sino en el texto con que participa en el libro? El simple hecho de considerar a los cubanos no como ciudadanos comunes, sino como discípulos es una evidencia de la interpretación fundamentalista de la vida social, política y hasta doméstica, de su trasmutación en religión, y en ello no dista para nada del espíritu revolucionario-religioso (Mesías incluido) en el que nos han educado (discípulos al fin) en estos últimos cuarenta años.
¿Estará ideando Omar Pérez un país futuro de cubanos "con la columna recta (...), las manos formando la mudra del universo, los ojos ni abiertos ni cerrados", cubanos a los que les sería aislado "el hemisferio izquierdo" del cerebro, el que "nos vincula al ámbito estrecho de lo personal, con sus cálculos de pérdida y ganancia, con su olvido de la poesía"? Al anhelar un estado total recto (¿estado rectal?) para nuestras columnas nos trae a la memoria los tantos proyectos de homogenización social y hasta cerebral de los que el siglo XX fue testigo. La idea ingenua de "no reprimir las ambiciones personales sino trasmutarlas en dones colectivos" recuerda aquella sentencia popular de que "de buenas intenciones está empedrado el camino del Infierno".
En su espiritualismo a ultranza, Omar y sus "maestros ambulantes" han olvidado la claridad de Fourier (otro proyectista del Futuro) cuando sentenciaba: "la gloria y la ciencia son muy deseables, sin duda, pero muy insuficientes cuando la fortuna no las acompaña". ¿Pretenderá Omar Pérez una Cuba futura de doce millones de discípulos, humildemente vestidos, en silencio, haciendo zazén, ajenos al dinero, a los frijoles y a los chocolatines suizos? ¿Será este entonces el "espíritu de renuncia" por el que aboga en la tercera columna de su reseña en UNION? No me cabe duda, y en este breve texto su tono es mas categórico al anunciar su posición de no abandonar ahora "el sueño de un mundo sin dinero y sin clases". (¡!) Y para ello, además de hacer zazén en silencio, estudia a sus "maestros ambulantes": Shakyamuni, Kosen Thibaut, Taisen Deshimaru y Ernesto Che Guevara. "¿Creen que vivo del alma?" -- le respondería una de las voces de "La Reunión", de Rolando Sánchez Mejías.
Desde su vocabulario severamente encopetado, Omar Pérez no puede entender el modo en que los jóvenes rusos (también los cubanos!) salivaban ante las mangas raglán y los chocolatines suizos, según el ingenioso texto de José Manuel Prieto. No puede. Tanta severidad lo obnubila. No puede entender el gesto de Ponte ante un Sloppy Joe's y una ciudad olvidados por sus conquistadores. No puede entender que a su lado conviva, como queda en tu relato, una masa de individuos (súbditos díscolos, diría yo) "que no daría su vida, y mucho menos gustosa, en defensa de ninguna causa".
Hay una frase de Prieto (José Manuel!) que es bastante explícita: "Puesto a escoger, el ruso bueno prefiere la consecución de la Verdad a un lavabo limpio, porque, ¿cómo darle importancia a un lavabo cuando está en juego la salvación del alma?" No cabe duda entonces de que a Omar Pérez --que no es ruso, pero sí bueno-- no le interesa el lavabo ni los chocolatines suizos.
Y es que este singular gesto de cubano bueno entronca con una tradición literaria y del espíritu que no por habernos legado mucho de lo mejor del siglo XX cubano, deja de ser conservadora y acomodaticia en términos políticos. Cuando elogia el espíritu de renuncia o cuando dibuja a Deshimaru, un monje con "un inmenso desinterés a cuestas", Omar Pérez procede a entroncar valores del budismo, ¡en Cuba!, con la "pobreza irradiante" enarbolada por sus otros padres espirituales; cuando critica la falta de fe en la razón poética y la ausencia de un impulso hacia la curación, dotes del mundo moderno y antípodas del espíritu zen ¿no entra acaso en paralelo, o mejor roza, abraza, la idea de redención a través del verbo poético, de la palabra?
El neorigenismo de Omar Pérez es sorprendente, sobre todo, por su carácter convoyado (¿recuerdas aquellos regalos mixtos de los 80's?), por su hibridez con una religión oriental ajena a nuestros calores y por su carácter impronosticable para un escritor --entonces enfant terrible-que leía a Elliot, traducía a John Donne y escribía excelentes artículos periodísticos sobre cine norteamericano. Ni siquiera Sarduy, con su excentricidad búdico-parisina, sus sesiones de escritura al arrebato, desnudo en su apartamento de Saint Leonard, puede compararse con este caso único en las letras cubanas.
("Hay que ser Severo con Severo", escribe García Vega en alguna parte. ¿Y con Omar Pérez? --pregunto yo).
Su intolerancia y su afán moralizador alcanzan sus niveles más altos cuando en respuesta a Víctor Fowler el reseñista golpea el estrado y levanta el índice acusador de su mano derecha: "Que cada cual se haga responsable de sus propias mentiras y que en el silencio de la honestidad individual se pueda creer en lo posible de aquella digna creatividad que nunca culpabiliza las circunstancias".
Enredo y arenga de profesor de secundaria al que le han dedicado una caricatura en la pizarra.
(Carta de Gerardo Fernández Fe a la narradora Ena Lucía Portela sobre la antología Cuba y el día después, La Habana Elegante, segunda época)
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