Si uno se pregunta de dónde sale tanto miedo y trata de explicarse esta obra, teniendo en cuenta el medio social revolucionario en que se produce, no va a encontrar respuesta posible. Nada más lejos de la Revolución que esa atmósfera, sin salida posible, en que Virgilio Piñera ha volcado sus pánicos. La nueva sociedad no ha influido en la obra, no ha sido por lo menos, entendida, por un autor, que se aferra a viejas frustraciones que carecen de razón. Ni siquiera una ráfaga del mundo nuevo entra en el viejo mundo de Piñera. Su frustración se amarra de tal manera a sí misma que la obra resulta extemporánea, totalmente ajena a nosotros, extraña a esa manera de ser cubanos que Piñera ha defendido alguna vez como características de su teatro.
Desde este punto de vista, parte hoy, como ayer, de una negación. Es curioso que Piñera, para quien se reclama el honor de haber hecho teatro absurdo antes que Ionesco, ahora repita lo que no es más que el reflejo artístico de una sociedad decadente en medio de nuestra sociedad. Por este camino sólo lograremos en arte el nivel de copiadores asombrados del último grito europeo y ofrecer el contradictorio espectáculo de una Nación en posiciones de vanguardia y un arte a la cola imitadora del arte del decadente capitalismo mundial.
(Dos viejos pánicos. Verde Olivo, octubre 1968. Visto en: La Habana Elegante, segunda época)
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