La familia de Orígenes es, por sus intenciones, un ensayo emparentado con piezas mayores como Lo cubano en la poesía de Cintio Vitier y La expresión americana de José Lezama Lima. No alcanza, sin embargo, la altura de éstas, ni la altura de otros ensayos de su autora. Su trazado resulta confuso y en ocasiones se pierde. (Martí es su más cara forma de discontinuidad). La búsqueda de un absoluto como es conectar la labor de Orígenes a la gestión emancipadora americana, la obliga a múltiples veleidades.
El ensayo es, como todos sabemos, género para veleidades, pero puesto a leer hipótesis descabelladas, lo menos que el lector podía merecer era la lisonja de un estilo. Este libro no se la dará. La universidad lo desaconsejaría por indemostrado y al buen lector de ensayos, incrédulo de la matematicidad de las demostraciones, le resultarán poco atrayentes las cuestiones de rótulo que trata (vanguardismo, neobarroco, modernismo, origenismo, barroco de Indias…).
La familia de Orígenes fue escrito para ser leído en un coloquio. Tal vez por eso su ambición abre tantos frentes que deja luego incumplidos. Fértil para propiciar la discusión oral, como libro le falta ser pensado a fondo, completado. “Estamos rodeados de demasiada real amenaza destructora, queriendo que desaparezcamos de la Tierra, para permitirnos el lujo de seguir jugando a las destrucciones letradas”, puede leer en él. A la luz de un Apocalipsis tal, muy pocos gestos humanos podrían encontrar justificación, poca justificación existe para un libro como éste. Porque, a pesar de lo que diga el ecumenismo de su autora (ya resultaba arduo hacer considerar al lector que el grupo Orígenes es una familia, para encima hacerle creer que una familia felizmente llevada), La familia de Orígenes es un libro empeñado en destrucciones letradas. Y para ser de esta clase, resulta una escaramuza fallida.
(Una familia tan tebana como cualquiera. La Gaceta de Cuba, abril 1998)
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