El léxico de Casal es pobrísimo y no trata por medio alguno de enriquecerlo. Ha tomado cariño á media docena de palabras que cree de un efecto maravilloso, á ciertas frases de relumbrón y con ellas pretende manifestar todo lo que no siente. El que haya leido una de sus poesías ya sabe á que atenerse en cuanto á la forma de las demás, pues si en aquella por acaso no aparecen las brumas opalinas, las gasas opalinas, la blancura opalina, las copas opalinas, (copas, opas, ¡qué melodía!) saldrán á relucir de seguro, la estrella solitaria, para aconsonantar con plegaria ó visionaria, la luz febea, el aureo enjambre, el aureo dragón, las aureas siemprevivas, el aureo plumaje, el aureo globo esmaltado de esmeraldas, perlas, zafiros y ópalos, el aureo collar ornado de rubíes, el brazalete de oro constelado de diamantes, rubíes y zafiros, ¡una prendería!
Esto trae como resultado inevitable el ridículo más espantoso.
¿Quién dejará de sonreir cuando lea como en Horidum Somnium, por ejemplo, tras la fría blancura del lecho, el fondo glacial, la fría tiniebla, el frio mortal, mis fríos despojos, de frío y de miedo, el frío silencio? Y cuenta que hago caso omiso de los desatinos con que acostumbra á rellenar sus estrofas el bardo decadente porque pienso tratar de ellos más adelante. Aquí diré, como de pasada, que he leido todas las poesías de Casal (más valiente que yo, ¡nadie!) y entre todas no hay una limpia de disparate.
(Julián del Casal ó Un falsario de la rima, Habana 1893)
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