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Monday, March 9, 2020

Rogelio Llópis Fuentes vs. “Tres tristes tigres”, de Guillermo Cabrera Infante


En último análisis, Tres tristes tigres no puede tomarse más que como una novela sobre los ocios y sobre las aventuras y enredos eróticos del periodista o crítico de cine Silvestre, el actor de televisión Arsenio Cué, el fotógrafo Códac y el mulato bongosero Eribó, durante un período que tiene todas las trazas expresas a la vez que tácitas de corresponder -si bien carece por completo de sus convulsiones históricas- a las postrimerías del régimen de batista. No obstante su condición de personaje de galería, La estrella tiene más vida que todos los demás personajes juntos de la novela, y ninguno puede competir con Bustrófedon en cuanto a proyección fantástica. Los pasajes elegíacos que a Cabrara Infante le inspira la muerte de ambos personajes constituyen momentos memorables. Las diferentes versiones del mismo cuento que ha ideado para “Los visitantes” llegan a abrumar al lector, no menos que el cúmulo de giros, frases y citas en inglés, que tanto aquí como en “Bachata”, campean por sus respetos.
   La sección del libro en que hace su aparición La Estrella es a mi modo de ver el logro más acabado de la narrativa de Cabrera Infante.
   Por lo que respecta a su composición, Tres tristes tigres pone al descubierto, en primer lugar, la malicia literaria de su autor. A una pregunta del novelista español Corrales Egea, en la entrevista publicada en el número 17-18 de la revista Casa, Cabrera Infante responde como sigue: “Sí, estoy trabajando (con rapidez y facilidad y con ganas) en un libro de cuentos, unidos orgánicamente no sólo por el título, sino por una pequeña y desmesurada astucia técnica: están escritos todos en primera persona”. Huelga consignar que el libro al que se refiere el entrevistado es Tres tristes tigres. En otra parte de la entrevista dice: “Formalmente, el libro es un experimento con el habla del cubano”. La ejecución de la novela demuestra que el autor no se ha apartado sensiblemente de sus anunciados procedimientos técnicos. En mi opinión, el experto manejo artístico del habla cubana empequeñece y opaca cualquier otro logro. Pese a todos los hábiles artificios de Cabrera Infante, la novela se resiente de falta de unidad, de desarticulaciones con cierto tufo a estrafalario cajón de sastre. Hasta la página 204, repito, entronca grosso modo con Así en la paz como en la guerra, después predomina la visión y la tónica estilísticas de “retrato del crítico cuando caín”, que vale tanto como decir: la indesmayable influencia de S. J. Perelman.
   Si en algo se parece Tres tristes tigres a Así en la paz como en la guerra es en el cometido estético que se proponen llenar las viñetas. En la novela entrañan revelaciones de carácter generalmente patético hechas al psiquiatra por jóvenes pacientes del sexo femenino; en el libro de cuentos versan sobre la lucha contra Batista y figuran antepuestas a cada uno de los cuentos, que, casi en su totalidad, se hallan insertos en un ámbito de paz civil. En la novela, a diferencia de lo que sucede en el libro de cuentos, el contrapunto no salta a la vista; varias viñetas se quedan cortas en contenido patético, o lo que es peor, lo distorsionan o malogran, y por consiguiente son ahogadas en el contexto o caudal narrativo propiamente dicho, empeñado con invariable tenacidad en pulsar la cuerda humorística.
   Demos por descontado que dicha novela, al rehuir o no poder plasmar un significado de conjunto, válido para la experiencia humana que recrea, entronque con la “antinovela norteamericana”, tal como es definida por Truman Capote, Norman Mailer, Susan Sontag o Norman Podhoretz. Tres tristes tigres es el antípoda de lo que estos narradores y críticos tienen por una antinovela. Su enfoque no es periodístico, y el compromiso ningún papel compone en ella. Por otro lado, la antinovela norteamericana busca su significado en el reportaje interpretativo, o simplemente se propone no tener más significado que el que establezcan los hechos narrados, mientras que el precario o amorfo significado que se desprende de la novela que aquí se comenta, arranca a mi parecer como una sola pieza del esfuerzo creador de la imaginación. En este punto, han sentado plaza los desdoblamientos, los descoyuntamientos o desarticulaciones.
   Ya que a lo largo de toda la novela se ha cargado la mano tan descomedidamente del lado del humorismo, a nadie debe sorprender que su contenido emocional arroje un saldo de liviandades. Un humorista norteamericano desconocido fuera de su país (no creo que haya gozado en vida de notoriedad internacional), Franklyn P. Adams, nacido en 1881, consignó en una de sus tantas crónicas periodísticas que alcanzan un nivel antológico, que el escritor debe valorar más la emoción que el sentido del humor, y que el conflicto entre lo uno y lo otro era cosa frecuente. Para mí, la ausencia de un contenido de ponderable envergadura en el orden de la experiencia humana, excluye en Tres tristes tigres toda posibilidad de arte simbólico o de cualquier otro arte, salvo, desde luego, el mimético en su más ostensible, completa y provechosa acepción.
   Al ceñirse a pintar con largo aliento y vivos colores el clima bachatero, así como las peripecias funambulescas de la vida habanera de los años 50, gozada o entendida como parranda, Cabrera Infante implícitamente destierra de su novela todo simbolismo capaz de trascender los hechos narrados. Entre otras particularidades, buen número de las cuales ya han sido tocadas aquí, las intermitentes y por lo general espumeantes tiradas poéticas y el persistente y llamativo humor “perelmanesco”, compensan con creces tal inexpresividad.

(Algunos tics de T.T.T. Revista Término, No. 4, verano 1983)

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