Al
principio de la Revolución —llamémosla así— Roberto suspendió sus hasta
entonces muy frecuentes visitas a Lezama, y de pronto reapareció luego de meses
de ausencia, pero vestido de miliciano y tocado con una airosa boina verde olivo.
Después de conversar y actualizarse en noticias mutuas, Retamar le mostró sus
últimos poemas, que entonces distaban mucho de aquellos otros que solía
compartir antes de 1959 en las tertulias del Grupo Orígenes, donde era
considerado “el niño prodigio”, y los cuales estaban permeados de intimismo
existencialista y “trascendentalismo” como él mismo los llamó en su juvenil —y
todavía significativo— ensayo La poesía contemporánea en Cuba (1954).
Los nuevos poemas que compartió con El
Gordo de Trocadero hablaban, muy por el contrario, de milicianos, zafras,
bayonetas, balas, granadas, fusiles, batallas… Después de escucharlos, Lezama
—supongo que luego de dejar escapar una espesa bocanada de humo de su habano—
dijo: “Bobby, esos poemas que traes muestran dos cosas; por una parte,
recuerdan algo de la poesía trovadoresca de la corte de Leonor de Aquitania y
también cierta poesía amatoria galaico-castellana del siglo XIV, como la de
Macías “El Enamorado”… Pero, además, se aprecia que están escritos bajo los efectos
del oporto…” Contaba el propio Lezama, apenas aguantando la risa, que Bobby
le respondió: “Caramba, Lezama, no conozco bien esa poesía provenzal y no he
leído nada de Macías, pero sí le puedo asegurar que nunca he tomado vino de
oporto”. “No, Bobby, no —le contestó implacable— no me refiero al oporto que se
bebe, sino al oportunismo, muchacho…” Cierta o no, Lezama contaba esa
anécdota a quien quisiera escucharla, con algunas variantes y florilegios
añadidos según la ocasión.
Contaba que después de mucho tiempo de
evitarlo y eludir un encuentro por ser considerado como “políticamente poco
confiable”, finalmente un día se tropezaron en una recepción y, para su
sorpresa, Retamar se dirigió resueltamente hacia él atravesando la espesa
multitud, y lo estrechó con un fuerte y efusivo abrazo. Cuando se separaron y
Retamar se alejó para continuar su ronda de saludos, Lezama comentó
traviesamente con su acompañante: “Seguramente ya debo haber mejorado mi
reputación política, porque Bobby se ha atrevido a abrazarme en
público…”.
También en La Habana de los 80 corría un
chiste —por supuesto, anónimo y susurrado— sobre Retamar: “Él ha sido el único
que ha unido a toda la intelectualidad cubana… Todos quieren arrastrarlo por la
calle… Pero, al mismo tiempo, los ha dividido… Porque unos quieren arrastrarlo
por la Avenida G y los otros por la Calle Tercera…”.
(Anécdotas
contadas por Alejandro González Acosta en Roberto Fernández Retamar: el
escritor demediado. Cubaencuentro, septiembre 2019)
No comments:
Post a Comment