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Friday, October 2, 2015

Gina Picart vs. Nico Cervantes y la Generación 0

No sé de dónde han sacado algunos jóvenes escritores que son el ombligo del mundo y que los escritores adultos han hecho de acosarlos y envidiarlos el objetivo de sus vidas. Por mi parte, he vivido y escrito mi obra sin que jamás me haya importado ni un micrón la existencia del resto de los escritores cubanos, sea cual sea su grupo etáreo. No sé de dónde sacan los jóvenes escritores, o al menos el joven Nico, a quien no conozco, la teoría del terreno cedido. Yo he mantenido mi vida entera el único terreno que me ha interesado conservar: los dos metros cuadrados del cuarto donde escribí mis diez libros publicados (que nunca nadie me obstaculizó publicar), mis inéditos, mi periodismo y mis ensayos. Donde estudié mis tres carreras y técnicos medios, donde crié a mi hija, y donde he tenido siempre mi templo de estudio, mi cueva, de la que estoy muy satisfecha porque ha provisto todas mis necesidades, y no me ha hecho anhelar expandirme a costa de rapiñar lo que es de otros.
   Comprendo perfectamente (no hay que ser muy inteligente para hacerlo) que la botella de Ciego Montero repleta de mierda que Nico acaba de arrojar al mar es una provocación —más abstrusa que insolente—, y que responder a ella es lo peor que puede hacer la especie de las personas sensatas. Pero ocurre que me desagradan las faltas de respeto, en especial cuando provienen de hormigas contra elefantes. No sé por qué los escritores serios hacen el juego a una camada de pretenciosos. Eso es un gran misterio para mí, pero no tengo tiempo para dedicarme a descifrar tales enigmas. Pudiera ser que en el fondo se tratara de un gran coqueteo de ambas partes. No lo sé, en verdad se me escapa el significado último de todo eso.
   Pero hay unas cosas que yo sí sé, y las sé muy bien: Que la palabra puede crear la apariencia de realidad y hasta ocultar la realidad, lo sabemos todos los que trabajamos con el lenguaje, y yo lo sé doblemente, por escritora y por periodista. Pero la palabra no puede destruir la realidad. Y la realidad de un escritor es que para merecer ese título hay que trabajar durante muchos años, décadas, la vida entera, muy duramente, con más rigor y disciplina que placer. Que el arte es ara, no pedestal. Que convertirse en escritor requiere mucho más esfuerzo que pronunciar discursos idiotas y sin ningún fundamento. Que a un escritor lo hacen, en primer lugar, la sensibilidad y la habilidad para el dominio del lenguaje con que la naturaleza o el ADN lo hayan dotado. En segundo lugar, las renuncias constantes a la espuma de los días para bucear en las profundidades, que es donde está el conocimiento verdadero, que no es y no será nunca repetición altisonante de conceptos ajenos, sino percepción del mundo servida en el altar de la reflexión individual más íntima. Que la escritura no es cosa de gremios, sino oficio de soledad e introspección. Que el éxito del momento no será nunca la última palabra sobre la valía de un artista. Y que la juventud no garantiza más que una mayor inmadurez, arrogancia y necedad para interpretar lo que te rodea, sobre todo cuando falta seso y sobra lengua.
   Parece haber en alguna parte una fábrica de donde están saliendo estos modelos de “jóvenes escritores” que quieren tragarse la isla de un bocado desde la silla del funcionario. Estos androides morosos que pretenden brillar como luceros en un cielo donde todas las demás luminarias hayan sido convenientemente apagadas para asegurar su advenimiento como amos y señores de La Fuerza. Pienso, sinceramente, que ya no puede postergarse por más tiempo el desmontar ese tinglado de marionetas ridículas que se dedican a irrespetar a todo el mundo y a retar a diestra y siniestra, arrojando guantes que aún huelen a biberón.

(Sobre algunos jóvenes escritores cubanos y el panel del Centro Loynaz. Blog Hija del Aire, octubre 2013)

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