El prólogo de López Lemus, como acostumbran ciertos ensayistas, no sobrepasa lo meramente escolar, el didactismo. Claro, entiendo que lo escolar se debe a una bondadosa intención de volver asequible la obra del poeta a la población lectora cubana que, quién lo duda, crece por día. (Parece que Robert Walser estaba equivocado al decir que «el artista debe guardar las distancias respecto de la masa» y que «sería un verdadero idiota si sostiene su talento sobre la idea de acercar su literatura al pueblo»). Población, sobre todo la que ya pasa de los cincuenta (y la que no también), que apenas tuvieron tiempo de leer a Florit en las antologías de los 60 y 70 —¡imagínense!: Crisis de Octubre, Zafra de los diez millones, trabajos voluntarios, escuelas al campo, domingos rojos, etc.—. Pero nunca es tarde: ahí tenemos el prólogo masticadito, y la obra sin piernas. (Aunque así puede caminar, ¿no es cierto? «Porque en tiempos difíciles /esta es, sin dudas, la prueba decisiva», diría Heberto Padilla).
Pasemos ahora raudos y veloces por el prólogo —de otra manera no puede ser, podríamos contaminarnos.
Para comenzar, el ensayista parte del presupuesto crítico de que «el asunto no consiste en participar en una posible disputa sobre la nacionalidad real del hombre célebre, sino de ir a lo esencial de su legado: su obra literaria está tan estrechamente ligada a la cultura insular que el asunto no merecería otro comentario». Y acto seguido, dedica párrafos y más párrafos (uno, dos y tres: ¡sin perder el paso chévere!) a sostener los valores poéticos de la lírica floritiana desde un discurso nacionalista (¡ay!, lo cubano en la poesía pasado por agua), casi provinciano. También llega a sostener criterios como que «sin dudas, los aportes americanistas de la poesía de Florit son determinados por condiciones socioculturales bien definidas». No sabe el ensayista que las condiciones socioculturales, históricas, no revelan nunca la naturaleza última de una obra literaria; más bien la reducen o, en el mejor de los casos, se quedan en una arista del todo. (Así, todavía encontramos estudiosos que, por citar otro ejemplo, se acercan a los textos de Carpentier desde falacias, como «lo real maravilloso», o desde la camisa de fuerza del barroco americano. Soportes que la propia obra carpenteriana sobrepasa). Por otra parte, encontramos que el ensayista, para sostener que un cuaderno como Asonante final y otros poemas es superior a Doble acento, afirma que entre «las razones que podemos alegar» —¿quiénes conforman ese plural?— está, primeramente, «el afán comunicativo-conversacional que se halla en Asonante final y otros poemas». Un mayúsculo disparate, hermano mayor del de la idea anterior; sin comentarios.
También (además) asoman ideas como esta otra: «El punto de la tierra en que se sitúa es el Trópico y es Cuba, zona terrestre extraña a la nieve...». Qué simplismo analítico; reduccionismos y reduccionismos. Poeta López Lemus, sí hay una nieve en Florit que va más allá (o acá) de «puntos» en el cual se sitúa el poeta: es la nieve casaliana, la mortífera carcajada; ese mínimo de fatalidad que debe tener todo poeta para ser inmenso. Nieve / fatalidad que podemos encontrar en cada grande verso de los mayores poetas cubanos. Aunque entiendo ciertas limitantes: nuestra poesía de «Aser el Pan» carece de esa misteriosa dulzura del frío.
Y ya, por último —no me extiendo más—, el ensayista ignora casi por completo, al vislumbrar las corrientes y los poetas que alimentan la obra de Florit, toda la tradición anglosajona del XIX y principios del XX, el Darío de «Epístola a Madame Lugones», o a Vallejo, a quien sólo nombra de pasada. Nada: no un escándalo, casi un relajo.
En cuanto a la selección entre la vasta obra floritiana, aquí va mi objeción —entiendo los límites que las editoriales ponen de cantidad de páginas, y todo lo demás que se quiera—: Antólogo López Lemus, qué sucedió que un poema como «Los poetas solos de Manhattan», sin duda de los cimeros de la lengua española, no aparece en este muestrario de los textos del poeta cubano. ¿Es algo extenso y ya estaba en las cuartillas límites exigidas? ¿Lo olvidó? Ello es tan poco / nada serio, que sería como antologar a Lezama obviando «Muerte de Narciso», o «Noche insular: Jardines invisibles»; o como antologar a Piñera obviando «La isla en peso». Por demás, en el prólogo no lo menciona ni de pasada. (Hasta en una antología de poesía cubana del siglo XX como la publicada en 2002 por el Fondo de Cultura Económica, muy cuestionable, está el poema. Incluso, en la nada desdeñable Las palabras son Islas, ante la exclusión de «Conversación a mi padre», el prologuista tiene la seriedad de exponer sus razones: el límite / reducción, ¿les suena?, de cuartillas). Ya no es un problema de índole política o censura, sino de falta de rigor intelectual, de ceguera —por supuesto, nada borgeana u homérica.
(El poeta solo. Encuentro de la cultura cubana, Nos. 34/35, 2005
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