La obra de Fuentes sólo tiene sentido en Miami, o cuando es leída en cualquier lugar del mundo “como una obra escrita en Miami”; es decir, como una letra que gana la simpatía automática de los castristas o, en algunos casos, cuando las personas justas (o justicieras) muerden el anzuelo y afirman que, al decir lo que dice, Fuentes se juega la vida. El exilio será intolerante pero, hasta donde se sabe, a Norberto nadie en Miami le ha dado siquiera un pellizco.
Norberto soñaba con ser el Hemingway de la Revolución. Hoy, el cubano de la isla no sabe quién es Norberto Fuentes. O sabe, pero no le interesa. No le seduce, por supuesto, un contenido que le suena demasiado próximo a la historia oficial. Si a un lector de Cacocún o Sibanicú no se le aclara que Norberto vive en Miami, seguramente le tomará por otro chacharero oficial tipo Retamar o Barnet. Que no lo es, ciertamente.
Fuentes y Miami, para decirlo en terminología psicológica (y disculpen la chealdad), están en una dependiente relación de aproximación-evitación. Por eso califica como el más importante escritor miamero de la actualidad (no hablemos de sus discípulos, que lo imitan en majaderías, chistes y blogs). Escribo miamero y dejo el otro gentilicio (miamense) para referirme a relaciones menos explícitas con esta controvertida ciudad.
(Norberto Fuentes: un escritor miamero. Blog Penúltimos Días, agosto 2006)
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