Canonizado por los propios poetas desde la propia poesía – además de ensayos donde esbozaron poéticas, pues tanto Poveda como Piñera como Lezama los escribieron – Casal alcanza en nuestra tradición poética un lugar de honor. Pero, ¿es Casal el centro del canon cubano? Creo que no. No si con Bloom aceptamos la extrañeza y la originalidad como medida de lo canónico. Pues está fuera de discusión la mayor jerarquía de Martí. El autor de Versos libres es un poeta primigenio; el de Nieve es un poeta derivado. Mientras que Casal es uno más entre los poetas de la primera hornada del modernismo hispanoamericano, Martí constituye una de sus cumbres. Si se preguntara quién es el mayor, ya no poeta sino escritor, de la literatura cubana habría que contestar que Martí, aun cuando acompañáramos su nombre de aquella interjección que usó Gide cuando reconoció a su pesar que era Victor Hugo el primer poeta de Francia. Podría aventurarse, incluso, que la escasa influencia que desde sus versos ha irradiado Martí se debe a la profunda originalidad de estos, que hace difícil o risible toda imitación. Se diría que en la medida en que Casal es mimético pudieron imitarlo con más o menos facilidad Carlos Pío y Federico Urbach, y, con mayor jerarquía, Boti y Poveda; que justo porque su poesía es más tópicamente modernista, el influjo de Casal es más perceptible.
(Bloom, las tareas de la crítica y el debate del canon cubensis. La Habana Elegante, segunda época, 2004)
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