Le confieso que cuando usted en su primer texto contra Encuentro utilizó mi nombre para tratar de inferir una delirante relación entre Encuentro y la UNEAC, lo primero que pensé, luego de mi natural sorpresa, fue: esta persona no me conoce en lo absoluto. Más allá de la gravedad de sus acusaciones festinadas, sin argumento ni prueba alguna con respecto a mi relación –pero ¿es que esto es posible ahora?- con la UNEAC, y, para colmo, a través de mi persona, del propio Encuentro con esta, me dije: esta persona tiene un prejuicio, se ha construido un estereotipo por el hecho de haber sido yo director de la revista Unión desde enero de 1995 hasta mi salida de Cuba en julio del 2004, donde por cierto trabajaba con dos personas, Enrique Saínz y Horacio García Brito, quienes siempre me hablaron bien de usted en el plano personal.
Creí, sinceramente, que había -una de dos, o acaso las dos-, o una gran confusión o una muy mala intención de su parte, difamación mediante. Incluso puedo comprender que a usted le moleste el hecho de que, luego de haber dirigido la revista Unión durante diez años, ahora sea miembro del consejo de redacción de la revista Encuentro, con la que colaboro además desde su fundación. Puedo comprender esto como motivo de recelo en una persona que no me conoce, pero no puedo por ello aceptar sus inferencias falsas. La historia no es tan sencilla. Ciertamente, todos, incluido usted, tenemos un pasado insular, ¿qué duda cabe?
Le digo todo esto para tratar de reconstruir una relación inexistente, y porque en mi soledad me he preguntado muchas veces qué extraño conocimiento o desconocimiento más bien, pueden haber justificado sus inferencias. Sin embargo, me parecieron tan delirantes sus acusaciones que, contra mi natural modo de ser (le confieso), me abstuve de responderle, sobre todo porque hubiera tenido que hablar también en nombre de una asociación, revista, periódico, que creo que rebasan mi caso particular (aunque yo haya sido generosamente aceptado como miembro del consejo de redacción de la revista), y que tienen sus conocidos directores, una muy larga trayectoria en ese proyecto, etc. Mi opinión sobre Encuentro, por ejemplo, la que le compete a mi experiencia personal, más insular que diáspórica, la escribí, por ejemplo, sea cual sea su valor, en “Diez años de Encuentro en Cuba”. Pero no me quedé, no obstante, conforme con mi silencio ante sus acusaciones peregrinas.
Ahora usted vuelve a relacionarme con sus ataques a Encuentro, a propósito de la reciente polémica en torno a Padilla, y esta vez no voy a quedarme callado, aunque quiero advertirle algo: lamento defraudarlo, pero voy a hablarle a título exclusivamente personal. Sobre todo lo relacionado con Encuentro, repito, sin duda hay personas más competentes, con más responsabilidad y con más experiencia dentro de ese proyecto que podrán satisfacer o no sus expectativas. No es que yo no pueda intentar hacerlo pero, insisto, creo que no me corresponde a mí ni es mi interés en este momento. Por tanto me voy a concentrar (al menos en esta ocasión) en lo que me atañe a mí directamente.
Trataré de ser breve. Con respecto a sus acusaciones de que yo soy ese delirante vínculo entre Encuentro y la UNEAC, sólo puedo desmentirlo sencillamente. ¿Qué otra cosa puedo hacer ante tan difamante y estrafalaria acusación? ¿Me pide usted acaso que trate de probar mi inocencia? Le repito, usted y yo no nos conocemos, pero menos mal que muchas otras personas me conocen como para no tener que desgastarme en aclararle algo sin fundamento alguno. Sería ridículo de mi parte que intentara siquiera responder algo para lo cual no da ni pruebas ni argumentos, sólo su presunción personal, y ante lo cual me obligaría a referirme a cuestiones que sólo existen en su imaginación o deseo. Si usted, ante cualquier duda, se hubiera dirigido a mí, con mucho gusto habría conversado con usted, y le hubiera aclarado cualquier cosa. Pero no, usted optó por difamar antes que dialogar.
Por favor, no intente “utilizarme” más para sus fines, sean cuales sean estos. No soy “utilizable”, sencillamente, mucho menos por usted que no me conoce. No soy su comodín ni su pretexto. Siga usted si quiere su batalla contra Encuentro, del que yo soy, efectivamente, voluntaria y conscientemente parte, pero no me mencione más en vano. Eso a quien daña en su reputación es a usted mismo.
(Carta abierta de Jorge Luis Arcos, Blog El Abicú Liberal, julio 2007)
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