En un reciente artículo político, Rafael Rojas vuelve a emplear una oposición –es adicto a las oposiciones-, que oscurece y desvirtúa su mensaje, aún antes de entrar propiamente en materia: historiadores críticos versus historiadores oficiales. ¿Qué es ser oficial? Para Rojas, por supuesto, compartir una concepción revolucionaria del mundo, absolutamente en desventaja con respecto a la que sustentan los grandes medios de construcción del pensamiento global. El cartelito de oficial y de no oficial se endilga según la relación de apoyo o de enfrentamiento que se asuma frente a un gobierno alternativo que pelea solo (o casi solo) en un mundo totalitario. Se acusa a un escritor cubano de recibir un salario por trabajar en una institución del estado revolucionario de su país, y se pasa por alto que un escritor reciba un salario de una trasnacional, cuyas ganancias triplican la de ese pequeño estado o incluso, a veces, de un estado imperialista que ha sido –como puede leerse en libros de historia escritos por autores liberales como Emilio Roig o Ramiro Guerra y publicados mucho antes de que triunfara la Revolución-,enemigo histórico de su país. El poder de un pequeño estado que pelea a contracorriente es poder, mientras que el Poder de las grandes trasnacionales esté o no representando a estados nacionales, no es poder.
Quisiera detenerme en un tópico bastante manido: el nacionalismo cubano. Contrario a los esquemas con los que Rojas suele resolver cuestiones prácticas que se le tornan insolubles, Cuba es el país menos nacionalista del hemisferio. Si revisamos la obra de José Martí, veremos que el término de nación aparece poco, y en usos puntuales. Martí hablaba de Patria y añadía, que “es Humanidad”. Su periódico no se llamó La Nación, sino Patria. Y su Partido no fue Nacionalista, ni Independentista, sino Revolucionario, para libertar a Cuba y a Puerto Rico, e impedir que el Imperialismo de marras, “cayera con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”. El máximo Jefe del ejército independentista cubano fue, como todos saben, un dominicano, Máximo Gómez. Y uno de los comandantes guerrilleros más venerados, argentino. No tengo que decir su nombre. Según leyes mexicanas vigentes hasta hace poco, si uno de los padres de un mexicano era extranjero, éste no podía ocupar la Presidencia del país. Una ley que hubiese inhabilitado a José Martí y a Fidel Castro. Ningún cubano piensa que Alejo Carpentier era extranjero, a pesar de que su madre era rusa y su padre francés; ni que Fernando Ortiz era menorquín porque su padre lo fuera y él aprendiera primero esa lengua antes que el castellano.
Si arremete contra el supuesto nacionalismo cubano no es porque defienda una concepción internacionalista. Rafael Rojas habla, lamentablemente, desde el mirador de los poderosos. A pesar del humo academicista es un portavoz del Poder Global. ¿Eso no es ser oficialista?
(Retóricas oficialistas. La Jiribilla, No. 410, 2009)
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