Si memorable es la pantagruélica epopeya de las comidas y bebidas de Cuba que, en mesa sueca, el Comandante ofreció a sus invitados mientras en la oscura noche de la isla el hambre, como una loca, tocaba a todas las puertas, más memorable aún me parece el entusiasmo épico-fúnebre en que súbitamente ardió el poeta Roberto Fernández Retamar. Momentos antes de pasar al salón comedor, cuando, moviendo grácilmente sus finas manos el Máximo Líder se derramaba en eutrapelias ante Alberti y su mujer, se oyó de pronto la engolada voz de Retamar: «Mira, Fidel, aquí hay dos escritores jóvenes muy valiosos que acaban de ganar premios importantes en el extranjero y que al igual que nosotros están dispuestos a morir en una trinchera por la revolución». Castro, que miró atónito a Retamar sin dar señal alguna de estar interesado en conocer a esos escritores jóvenes a que se refería el poeta, se volvió hacia los allí reunidos y, alzando los brazos por encima de la cabeza, exclamó con remarcado tono sarcástico: «¡Pero oigan a Retamar, ahora resulta que Retamar está apocalíptico!». «Es verdad, Fidel, ellos están dispuestos a morir como nosotros», insistió, anafórico, el poeta. Y Fidel, sin bajar los brazos y paseando su mirada burlona sobre todos, volvió a exclamar: «¡Pero quién le ha dicho a Retamar que nos queremos morir! ¡Está apocalíptico!». La novelista Mary Cruz, que estaba a mi lado, me susurró, incrédula: «Díaz Martínez, ¿usted está viendo y oyendo lo mismo que yo?».
(Retratos de la memoria, Encuentro de la cultura cubana, Nos. 21/22, 2001)
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