Hacía ya algún tiempo que el ministro Prieto percibía una ausencia en la Colección Cubana de la Biblioteca Nacional “José Martí”, ausencia de la cual no se libraban tampoco la sección cubana de la Biblioteca del Congreso (Washington) y la colección de libros cubanos de la Florida International University (Miami): ninguna de esas tres grandes acumulaciones bibliográficas albergaba un Quijote cubano.
No se trataba de que las aventuras del Caballero de la Triste Figura viniesen a suceder en los Remates de Guane. Ello conformaría una vulgar parodia, y ya contábamos, por ese estilo, con una versión del segundo poema de Homero en La Odilea de Francisco Chofre. Pero indudablemente devenía inglesa la cólera de Aquiles desde que existían varias excelentes traducciones británicas de la Ilíada, y el único modo de obtener un Quijote cubano pasaba por la traducción del original cervantino.
No del castellano de los Siglos de Oro al castellano del Cotorro. La solución (determinó el ministro Prieto al final de una larga reunión consigo mismo) estaba en traducirlo al verso Y había un solo hombre capaz de producir tal estropicio.
¡Jardín!
¡Pimienta!
¡Eureka!
De manera que, reunidos en tierras españolas (Cádiz, hace dos años, bajo el lema “Cultura y Libertad en Cuba”), Prieto y Sánchez pidieron al poeta repentista que metiera en cintura al Quijote, que lo metrificara, lo versificara, y lo entregara a los adolescentes cubanos, tímidos a la hora de entrarle al original. Porque había que llevar quijotismo a esos jóvenes (¡Santa Masividad de la Cultura!) y un Quijote rimado podía ser tan asequible para ellos como la letra del más querido reggaetón.
El libro iba a ser presentado en La Cabaña (al fin y al cabo fusilaban a Don Quijote) e, igual que a Pierre Menard, a Díaz-Pimienta no le alcanzó su tiempo. (La edición de Gente Nueva sólo publica unos capítulos. A diferencia de Menard, Alexis Díaz-Pimienta continúa con vida y, según ha trascendido, actualmente trabaja en la versión rimada del Poema pedagógico de Antón Makárenko, texto que, pese a su título, fue publicado originalmente en prosa.)
(La Lengua Suelta # 32. La Habana Elegante, segunda época)
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