Pero el doctor Mañach no nos ha dicho cuál es para él la esencia de la poesía de José Lezama Lima, de Eliseo Diego, de Gastón Baquero o de Octavio Smith. Y quiere desde afuera, basado en ilustres generalidades y no en un conocimiento íntimo, señalar sus errores. Pero como esto es imposible (no porque no existan esos errores, sino porque ese no es el modo de hallarlos), tiene que liquidar su juicio aventurando que esta poesía, no obstante poseer sus cultores un gran talento, no es la que debiera hacerse. No se trata, pues, de que ciertas manifestaciones de esta poesía sean erróneas o de baja calidad, sino de que su orientación germinal es descaminada. Y esto yo no lo puedo admitir por dos razones: la primera, porque el doctor Mañach en ningún momento estudia cuál sea esa orientación específica de nuestra poesía; y la segunda, porque pienso que en lo esencial de su orientación no puede equivocarse, un poeta genuino.
En cuanto a la teoría de la expresión que se desliga de la comunicación, fundada siempre en ella (y con el apoyo del excelente crítico inglés John Livingston Lowes), el doctor Mañach afirma que no cree que la poesía en principio sea trascendente, sino al contrario, inmanente, "y que sólo el arte la hace trascender". De esto, en efecto, se trata, de que el arte la hace trascender. ¿Cómo hablar entonces de poesía inmanente, no ya en el poeta, sino en el poema mismo? ¿Qué poema puede ser aquel que no hace que la poesía trascienda? Por mi parte pienso que desde su mismo nacimiento la poesía se configura como un salto hacia la trascendencia incesante, y que en todos los momentos de su encarnación es fiel a ese impulso en que reside. Pero cualesquiera que sean las opiniones sobre este punto, no cabe duda de que poeta es el hombre que hace trascender a la poesía, y poema el sitio desde donde la poesía trasciende. Si nada de esto ocurre, no hay comunicación ni hay expresión: la poesía no se ha realizado.
(Jorge Mañach y nuestra poesía II. Diario de la Marina, octubre 1949)
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