Cada vez más, la sucursal Encuentro de la Cultura Cubana se afianza en una concentración de venerabilidad que nos anonada. Este dato es más visible en la revista de papel (para distinguirla del diario en la red, pero ambos blancos me seducen: mi arco se tensa con avidez) y en sus maneras de autoelegirse como el Foro de foros. En La Habana se practica el culturalismo circense; en Madrid y demás sucursales (Miami, New Jersey) el culturalismo de séance. Lo que en una plaza se vocifera, en la otra se manifiesta en la voz fingida de una pitonisa de tertulia, a la cual se acude con una mezcla de desconfianza y asombro. La revista se ha convertido así en el Otro Valladar: posee el encanto del desarraigo (una obra aunadora, por ser fruto de destierros y nostalgias); sus colaboradores encantan por destilar selectividad y esa rara amargura (que es un privilegio a la vez) de conocer la médula del lirismo (perdida la épica) que les embarga.
(Elegidos y no. Las nuevas élites cubanas y la familia de Encuentro. Blog El Abicú Liberal, julio 2007)
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