Es cómica la paradoja escritural que vivíamos: por un lado, morábamos en La Casa del Lenguaje (al menos pretendíamos eso); y por el otro, morábamos en esas modernas fábricas de escritura, los talleres literarios. Los talleres, en Cuba, han sido emblema básico del proyecto democratizador de la Literatura (ejemplo de propósito alto a que aludí al principio). La escritura, producto de un debate fraterno, podía dejar de ser burguesa. Un escritor podía formarse como un obrero: las palabras, al fin y al cabo, también eran herramientas y productos articulables con una fuerza de trabajo. La Casa del lenguaje y el Taller Literario: polos esquizoconvexos de un trayecto ordenado por la Historia.
En el taller se hablaba de eliminar todo lo superfluo. Y los relatos debían de ser conducidos sin dilación a puerto seguro. Lo bueno, si breve, infinitamente bueno. Mientras más taches, más te acercarás al Texto Ideal. Así procede la Escuela Realista Cubana.
(Contar con las palabras, Encuentro de la cultura cubana, No. 1, 1996)
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