Lourdes Casal, de quien yo fui muy amigo, y a quien quise porque era una mujer sincera en sus errores, apasionada en sus errores, un día, cuando ella estaba metida en lo de Cuba —ella regresó a Cuba a morir y se sumó a la Revolución, ella que había trabajado para la CIA en África—, Lourdes, que había sido más católica que el Papa, que hacía proselitismo, Lourdes me llamó una vez, cuando yo era ya bastante conocido, para darme un mensaje de Cuba, un mensaje a González en vez de a García, y era que en ese momento estaban promoviendo a Manuel Pereira, el de la novelita esa que se llama El Comandante Veneno, una novelita que le publicaron con un prólogo de Carpentier y un epílogo de García Márquez, porque Pereira era el marinovio de la Dalia, es decir, de Alfredo Guevara, y me mandaron el mensaje a través de Lourdes que yo debía escribir algo positivo sobre Pereira y que así se me abrirían las puertas en Cuba. Eso te lo juro por mis hijos. Yo le dije: «Lourdes, mira, yo leí esa novela, es malísima y yo en estas cosas no me vendo». Porque Severo decía: «no tenemos dinero, no tenemos país, no tenemos poder, no tenemos nada, pero tenemos el criterio y eso no lo podemos ceder». Así que eso para que tú veas hasta dónde llegan las cosas.
(La ruta de Roberto, entrevista de Gustavo Pérez-Firmat, Encuentro de la cultura cubana, No. 33, 2004)
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