El lenguaje canallesco de Leopoldo Avila es recordado hoy dìa, incluso entre los escritores castristas, como un ejemplo de lo que no puede repetirse. Este personajillo siniestro que algunos creen era el propio Luis Pavón, presidiendo entonces el Consejo Nacional de Cultura; otros, el profesor y ensayista José Antonio Portuondo, y otros, el propio Lisandro Otero, periodista y novelista --que gustaba contar la anécdota del trompón que le propinó Ernest Hemingway en el Floridita habanero, allá por los finales de los cincuenta--, sigue siendo un misterio, aunque ha pasado ya a la historia de la infamia.
Pero de ese Leopoldo Avila no quiero hablar, sino de éste que nos ocupa hoy, que parece haber aterrizado en Miami. El exilio ha sido desde sus comienzos una estructura endeble, como un edificio compuesto de muchas capas --que van desde lo social a lo idelógico. Un exilio que ha ido acogiendo a todos por igual, que ha visto traiciones de ambas partes, entre los que llegaron primero y los que van llegando con las nuevas oleadas. Un cambia casacas constante, que ha atravesado severas crisis y que en muchas ocasiones ha costado más que mutuos insultos. Quiero referirme a esos "sesudos" cachorros del castrismo llegados al exilio en la última década. Y no importa si son "jovenes", pero odian también al tirano. La mayoría posee un amplio curriculum, han estudiado en las universidades, han viajado al extranjero, han hecho casi lo que les ha dado la gana en la Cuba post muro de Berlin. Casi todos son ensayistas y algunos incursionan en la prosa y hasta en la poesía. Muchos son políglotas, han estudiado en los antiguos países socialistas y e incluso los hay hijos de altos jerarcas del régimen o que estuvieron ligados a la nomenclatura. El sueño ya no es mantenerse en el "exilio de terciopelo" --alejados del mundanal ruido de Hialeah--, sino precisamente ser rompe olas, quinta columnistas dentro del esquema del exilio intelectual. Llegar e imponer virtudes y defectos de una generación crecida al amparo del Ministerio de Cultura de Abel Prieto. Creerse que se las saben todas, como se dice en la Isla. Estar más allá del bien y el mal, dinamitar todo lo que huela a república, y a escritor exiliado, escribir contra ellos, pero nunca contra los escritores oficiales de la isla. Estos personajillos se dedican a interpretar a Cuba como si se tratase de desmontar una obra literaria, y para esto, hacen acopio de un lenguage enrevesado, de críticos ganados por cierta sofisticación europea; todos escribiendo con la misma verborrea de los burócratas del pensamiento marxista pasado por no se sabe cuantas capillitas de desafectos. No hay quien los descifre. La escritura de ellos es lenguaje de entendidos, es decir, se leen los unos a los otros, publican sus libros (que sólo ellos leen entre sí), y suelen agruparse en sus madrigueras del internet. Eso sí, como decía aquel caricaturista cubano en los pasillos de la Unión de Escritores de Cuba, allá por los setenta: "siempre con el poder, pero haciendo bajezas".
Un tal Pablo de Cuba Soria, con rimbombante nombre, que lo marca ya con mediocre oportunismo, acaba de escribir en El Nuevo Herald (sección Arte y literaratura, julio 8) un artículo contra Heberto Padilla, como poeta y como ser humano. Este Leopoldo Avila, recien llegado al exilio en 2004, es sin duda un claro exponente de todo lo que acabo de decir. Hay que tener la cara de piedra y el corazón lleno de lodo para escribir como lo hace este personaje sin autoridad literaria, un crítico de caricatura, ensayando no sus "quince minutos" de fama, como dice cuando se refiere a Heberto, sino su medio segundo de estupidez. Olvidar el papel protagónico de Heberto en un momento en que todos los intelectuales inclinaban sus cabezas y aplaudían al déspota es sin duda el sueño dorado de la Seguridad del Estado castrista. Olvidar que fue él y no otro, quien le puso el cascabel al gato, parece encomienda de alguien más. Pero hay que reirse si a esto añadimos el atrevimiento de este "enayista" al escribir un "sesudo" artículo diciendo que Heberto Padilla es un poeta menor.
Precisamente es Heberto Padilla quien, con su extraordinario decir, irrumpe con una poesía nueva, fresca, única, capaz de hacer del lenguaje sucio y gastado de la retórica revolucionaria, un verso no esperado en la lengua castellana, tan dada a ratos a los excesos.
(Leopoldo Ávila en Miami, Blog Belkis Cuza Malé, julio 2007)
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