Supongo que si desean competir con las publicaciones digitales de acá --muy buenas todas, por cierto-- van a tener que afilar el lápiz y dejarse de jiribilladas. Si la cuota de boberías no les alcanza, si el odio les ciega, y la sumisión al dictador los obliga al delirio --como el poema sobre Miami de Miguel Barnet--, mejor se toman un tranquilizante, y de paso le cambian el nombre a la publicación, que más bien debería llamarse La Pacotilla, La Rabadilla, La Jutía, o mejor La Jarretuda, porque de jóvenes (y menos, rebeldes) ya sólo les queda el casco y la mala idea.
(“La Jiribilla” y otros insectos, La Nueva Cuba, mayo 2001)
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