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Thursday, June 9, 2016

Miguel Cabrera Peña vs. Jorge Camacho

I
El académico Jorge Luis Camacho se atribuye una relevancia, un poder de creación y una mirada adelantada que él no tiene. Camacho no ha dicho nada destacable que no hayan escrito antes, desde mediados de los noventa del siglo pasado, Aline Helg, Ada Ferrer y Alejandro de la Fuente, entre otros autores de real estatura. Me refiero al tema que contiene a los negros en la escritura y la vida de Martí, que es lo que he investigado por veinte años, precisamente cuando el sector académico mencionado dio a conocer los primeros estudios que consideré desde entonces problemáticos.
   Como afirmo en otras incursiones, los académicos en Estados han llevado a cabo una labor encomiable —diría que decisiva— sobre las relaciones raciales en la Isla. Es con Martí donde se equivocan, que no es el centro de sus meditaciones. Camacho, por su parte, no ha entregado un solo análisis perdurable, en cuanto a los afrocubanos, porque trabaja con intenciones preconcebidas.
   El “yo” —no el que estudian Freud y Lacan, sino el de Camacho— pareciera que le dificulta el resuello, que lo precariza, lo sujeta y lo pone cianótico, pero en realidad no es así. Su “yo” quiere ser algo donde no hay nada y lo reitera tanto que se ahoga definitivamente. Camacho es una libreta de abastecimiento.
   La distorsión de su “yo” es tal que se enoja, me acusa, adjetiva y ofende porque dice que no lo menciono en el libro, a pesar de que lo que hago es criticarlo. Él prefiere que aparezca su nombre, su nombre siempre, aunque sobre el mismo caiga como lluvia de lejía lo que dijo Martí, que termina sepultándolo. Paralizado desde su “yo” enfermo no fue capaz de ir hasta la Bibliografía del libro, donde están su nombre ¡al fin! y los títulos de cinco de sus textos y la forma de localizarlos. Para Camacho lo importante no habita en acercarse a la verdad: lo importante para este caballero es exhibirse. Pero hay más.
   Pareciera que lee muy mal, y así silencia en sus ensayos una cifra extensa de nociones martianas o las acomoda, con sus interpretaciones, a objetivos prehechos. Probemos su capacidad de escamotear en la crítica de marras. Se queja porque no lo menciono, dice que lo ninguneo, y cita, también parcialmente, la página 68 del libro, pero le oculta al lector de CUBAENCUENTRO, ¡sí, a Ud. mismo!, la página 66 donde lo menciono primero por su nombre, inicial de su segundo nombre y apellido, y dos veces más por su apellido. En total aparece, ya en sus textos, su nombre y Bibliografía, diez veces en el libro. ¿Cómo fue posible que no chocara con todo esto? Estas triquiñuelas, esta falta de seriedad es habitual en Camacho, cuyo nombre repetiré aquí muchas veces para ver si lo hago feliz.
   Son de tanto bulto sus errores que estoy por pensar que él sabía que yo lo iba a despedazar, pero con tal de autocitarse y verse y sentirse en un escenario, valía la pena el sacrificio. Como solo instala afirmaciones que no demuestra, su auténtico fin residió en la oportunidad que el tema le regalaba para repetir posesivos y autoalusiones. Observemos: “…le permite a Cabrera ningunear mis argumentos, levantar ideas de mis ensayos, y tomar el rol de un brigadista de turno que viene a rectificar lo que dijimos”. (subrayado nuestro).
   Ahora me asalta una duda, una pregunta, otro atajo para analizar lo que subyace en el “yo” de este caballero. Por qué si el libro es tan malo, por qué si acarreo sus textos para criticarlos, le lástima tanto que no lo cite, que no estampe su nombre glorioso en el libro. Yo no quisiera aparecer, jamás, en un libro malo. En mi caso, sería mejor que el autor me ignorara porque entonces no me veré relacionado con tal mediocridad. A partir del comportamiento de Camacho, me asalta otra duda: ¿Tendré que creer al escritor del prólogo, el eminente Raúl Fornet-Betancourt, quien asegura que el libro es “imprescindible”? ¿Será que no es tan malo mi libro…?

II
En sus afanes por atacarme acude a la política, pero cómo no me conoce, se parapeta detrás de elementos que deja en la bruma, inexplicados, raros. Qué quiere decir con “brigadista de turno”. Vaya Ud., amigo lector, a saber. Tal vez piensa que Ud. no merece claridades y está bien servido con un plato de humaredas. Quizá cree que soy un peón del régimen cubano o un soldado que él, como buen acomodador de teatro, decidió sentar en el tradicionalismo martiano. Después de designar el sitio de cada cual Camacho irá al escenario, a exhibirse.
   Vamos a ponerle un poco de hondura al asunto. Yo quisiera que nuestro señor respondiera, ya que presume que me aprovecho de sus meditaciones (no para rectificarlo sino para criticarlo en el 99 por ciento de las ocasiones), en qué texto, de la tradición o fuera de ella, se abordan los siguientes aspectos de la obra de Martí, donde ocupo en general en capítulos completos: 1.- ¿Quién ha tratado antes los adelantos martianos de lo que hoy llamaríamos desobediencia civil, donde los negros ocupan un lugar primordial? 2.- ¿Qué libro o ensayo ha intentado demostrar la visión del poeta en el tema social sobre la raza negra, en Cuba y Estados Unidos? En este asunto el poeta sugiere incluso la acción afirmativa. 3.- ¿En qué texto se investiga a través de toda su obra la descolonización del cuerpo de hombres y mujeres de la raza, es decir su vigencia en este campo? 4.- ¿En dónde se ha seguido paso a paso —no digo mencionar o una vaga generalización— sus nociones sobre Frederick Douglass, Henry H. Garnet y John Brown, dedicadas al tema de los afrodescendientes. 5.- ¿Quién ha intentado probar la recepción de los afrocubanos a partir del pensamiento liberador del poeta, aspecto capital que excluyó Ottmar Ette de su pesquisa? 6.- ¿Existían en toda la bibliografía pasiva martiana referencias al Spiritual, el Cake Walk y a relaciones literarias entre “La Muñeca Negra” y La cabaña del tío Tom? Hay más, pero dejémoslo porque temo aburrir, que para aburrir con Camacho basta.
   Mientras yo me esfuerzo por generar teoría y conocimiento nuevo, que es el sentido de un académico, don Camacho pretende, bajo el manto de la disidencia o la desmitificación, rebajar sin razones válidas y desde parcialidades y escamoteos el símbolo que, le guste o no, encarna Martí. Debo añadir que en marzo de 2006 publiqué un ensayo donde armé la columna vertebral del volumen que con tanta energía ataca don Jorge.
   Para el tipo de crítica que hace Camacho mis postulados son una constante concesión, una alabanza a todo trapo de Martí. Ya en el primer párrafo del libro y a través de toda la introducción admito, sin embargo, “ambivalencias y equivocaciones”, afirmaciones problemáticas.. Pero yo no lo detengo ni encierro ahí como Camacho y otros. Lo abordo en una dinámica que no es martiana sino humana, en su despliegue en el tiempo. Por tal motivo critico a quienes estratifican, convierten en lápida una equivocación o un prejuicio. Muy difícilmente estaré de acuerdo —y no únicamente en el caso martiano— con un dogma como el que el propio Camacho reproduce y que cualquiera escondería, por vergüenza, bajo siete llaves: (Martí) “marcó a los negros, para siempre, como elementos sospechosos dentro de la comunidad blanca”. Aquí hay un problema metodológico grave, una totalización, un caso irreversible, una opinión castrante y eso nunca es Historia. En el fondo, eso es política. Con estos bemoles está confeccionado el discurso del que Camacho se imagina creador, pero que, repito, existía desde mucho antes. A lo sumo, él ha extremado errores previos. Conste que no soy el único al que don Jorge ha acusado de ninguneo.
   El crítico se delata a sí mismo cuando coloca como primera importancia del libro el tema de la cultura del negro en Martí, y se delata porque cita la página 330. ¿Cómo el tema más importante puede estar a esa altura? La engañifa la lleva a cabo porque cree que es en el tema de la cultura donde hay grietas para introducir su crítica. El objetivo sobre el que gira todo el libro que ocupa a don Camacho es exponer el proyecto liberador para el negro en el corpus del poeta. Ese es el nudo, lo focal y fue por esto que los negros lo siguieron. El racismo que Camacho y otros atribuyen a Martí produce afrocubanos tontos, fuera de la historia.
   Con el fin de arrinconarme Camacho escamotea lo que llamo, en la explicación misma del capítulo sobre la cultura del negro, “escisiones y fugas martianas”. Y en la introducción al libro procuro “demostrar las disrupciones de lo que se ha llamado creación martiana de ciudadanías culturalmente homogéneas”. De dónde, de cuál sitio de su mágico sombrero Camacho saca que veo a la raza “como algo puramente cultural”. Esta es otra chapucería.
   Para demostrar errores del poeta y como consecuencia del autor, el señor Camacho pudo criticar alguna cita de Martí entre numerosos pensamientos sobre lo cultural, pero no lo hace. Por cierto que en la página 330, no se habla nada de biología, al revés de lo que afirma.
   Tampoco ven Camacho ni el sector aludido de la academia norteamericana que Martí utiliza a la cultura occidental como instrumento para la liberación del negro. He aquí una de las funciones y objetivos de la Sociedad La Liga, suceso inesquivable en el devenir de los siglos XIX y XX en Cuba. La Liga fue mucho, pero mucho más que el lugar de la casi prescindible “amistad” entre el poeta y los negros según Camacho. El dominio de la cultura occidental le permitiría al afrodescendiente medirse “mente a mente con el blanco”. Y tuvo razón el maestro en La Liga. Precisamente esto es lo que en la actualidad se le tiene muy en cuenta a Booker T. Washington, vapuleado por décadas. De sus afanes por enseñar masivamente cultura occidental —leer, escribir, comprender textos en lengua inglesa, todo necesario para el saber técnico— salieron numerosos desobedientes de años posteriores. Aquello de ser cultos para ser libres carga un mensaje hasta hoy no sospechado.
   Aunque lo anterior era bastante, el poeta isleño no se detuvo. Sus concepciones de desobediencia civil traían en la entraña al Partido Independiente de Color, masacrado en 1912. Rafael Serra y otros que estuvieron con Martí en La Liga neoyorquina y luego fueron a la Isla, dejan esto absolutamente claro, en la teoría y la práctica. En el libro refiero el viaje de Serra y Evaristo Estenoz a Estados Unidos, reseñado por The New York Times. El carácter inviolablemente pacífico de la protesta, que repitió en muchas ocasiones el artista isleño, y la concertación de “todos los que tengan buena voluntad”, o sea negros y blancos, antirracistas desde luego, hubiera imposibilitado el conato armado que Serra previó y condenó, precisamente a partir de la concepción de rebeldía pacífica martiana, calculada para cuando se ganara la república democrática mediante la guerra. Probado por Tomás Fernández, el conocimiento de la obra martiana que acopiaron no pocos intelectuales de la raza permite afirmar que poeta fue el padre ideológico del Partido Independiente de Color. Al igual que el grupo de académicos en Estados Unidos, Camacho está imposibilitado de una conclusión como esta porque tomó un camino sin destino.

III
En verdad nunca leí el fragmento donde Martí habla de los negros de África salvajes y del tiempo necesario para alcanzar la civilización a partir de Camacho, según este asegura. Tuve en cuenta, en primer lugar, que toda la polémica arquitectura del párrafo, que no publicó, existe porque el habanero piensa a la raza en “el ejercicio de sus derechos públicos”. Y esto no lo medita Camacho porque habla bien de Martí. Leí desde el principio con sentido distinto a todo lo que previamente había, cuando ni siquiera sabía de la existencia del perínclito Jorge Camacho. Martí fue superando aquel momento y los ejemplos de esas superaciones menudean por sus páginas. Basta como botón de muestra lo que denomina “adelanto rápido y afanoso de los cubanos redimidos, más que los casos patentes de cultura extraordinaria”, y subraya las “condiciones desiguales”. Tales avances, dice, “son hechos de influjo social superior”.

IV
Hay un instante en que la crítica amaga con ponerse seria, y escribe: “Mi argumento en 2008, sigue siendo el mismo que hoy: la ciencia del siglo XIX no hacía distinción entre los conceptos de raza y cultura. Ambos estaban “enyuntados”, y por tanto las características de una civilización se trasmitían de una generación a otra en y con la sangre de los ciudadanos (George Stocking, John Jackson, y Nadine Weidman)”. Camacho vuelve a enclaustrarse y torna a otra postura totalizante, sin salida. Lo que afirma es que nada hay ni puede haber fuera del discurso de la ciencia, a pesar de que él mismo admitió —lo cito sin crítica por única vez en el libro— que Martí “se vira sobre la cabeza” de un texto de Charles Letourneau. Para nuestro crítico, como para tanto seguidor a pie juntillas de la teoría sobre el discurso en el ámbito postmoderno, la individualidad desaparece, no hay escape ni para Martí ni para nadie. Todos los seres humanos están obligados a comportarse como un rebaño ante el discurso y la verdad del poder. Esto es lo que aquí se nos dice.
   ¿Cómo fue posible entonces que Martí, seis años antes del mundialmente célebre Émile Durkheim, según datos de Pierre-André Taguieff, deshabilitara el concepto de raza, una auténtica hazaña intelectual, y le pasara por encima a todo el discurso científico de su época. De acuerdo con Nicolas Shumway, el poeta asegura “que no hay razas, y aunque no dice que la idea de raza es una construcción histórica como diríamos ahora, afirma que la idea de raza es algo artificial y que vemos razas porque queremos ver razas”. Pero más sorprendente aún es que el poeta isleño no disoció la deshabilitación del concepto —tampoco lo hacen quienes creen lo mismo en la actualidad— con la lucha social, y no renunció a la existencia social de las razas.
   La desprolijidad de don Jorge llega a nueva cota cuando escribe: “Cabrera analiza el fragmento del 20 de agosto, como prueba del antirracismo de Martí y al igual que hice yo, lo interpreta a través del evolucionismo sociocultural, lo relaciona con la crónica del terremoto de Charleston, y destaca la cuestión del tiempo, el concepto de negación de la simultaneidad y la “unilinialidad” en sus escritos. Sin embargo, en ningún momento Cabrera menciona mi nombre o mi ensayo, y por toda cita menciona a Jean Lamore, que nunca analizó este fragmento en su libro (Cabrera 58)”.
   Quien intente reflexionar sobre el apunte que bautizo 20 de agosto —Martí no lo tituló— como prueba del antirracismo del bardo tiene que estar loco. Esta es la noción más conservadora en toda su obra. Lo que hago, y que Camacho trastoca y despoja de lógica, es demostrar un proceso superador, cómo va transformando su obra, adquiriendo conocimientos. Por otra parte, no sería serio analizar concepciones sobre las razas en el XIX sin hablar de evolucionismo, unilinealidad y del tiempo como algo implícito en el tema. Estos abordajes son muy comunes en diferentes disciplinas universitarias, incluso de pregrado. Me pregunto, además, quién es capaz de olvidar “El Terremoto de Charleston” una vez leído y al que se han dedicado decenas de ensayos. Por qué Camacho se atribuye estos temas añejos y manoseados. Su “yo” lo sabrá. Pero hay más.
   Arguye don Jorge que en la página 58 lo excluyo a él y solo me refiero a Lamore. Otra vez el crítico pretende engañar al lector de CUBAENCUENTRO que no posee el libro. En esta página, la tengo delante, cito a: Marvin Harris, el célebre antropólogo de quien extraigo lo vinculado con esta ciencia y no de Camacho. En dicha página también aparecen Miguel A. de la Torre, Rafael Rojas, Henry George, Edgar B. Taylor. Estos están al pie, pero en el cuerpo están mencionados de una forma u otra: Gobineau, Chamberlain, Lapouge, Morgan, McLenan y Piaget. Rojas sí abordó con mirada no condescendiente 20 de agosto, pero tiene presente los avances martianos posteriores, sobre lo cual Camacho resulta muy reticente cuando no lo silencia.
   Por tal comportamiento, Rojas tuvo que recordarle que el imaginario racial de Martí no puede “ser plenamente reconstruido sin alusiones a su proyecto de una ‘república con todos y para el bien de todos’ en Cuba”. Ocultar frases que hasta los niños conocen constituye una palmaria violación de las reglas más elementales del trabajo académico. Y esto, en todo un libro sobre los indígenas y el poeta. Es verdad que Lamore no tocó 20 de agosto, pero sin dejar de apuntar errores ofreció un panorama equilibrado, más ancho y profundo que nuestro crítico. Camacho convierte sus triquiñuelas, mentiras y mentiritas en una plaga y así infecta todo lo que toca.
   En otro exabrupto de su “yo” ramplón sostiene Camacho que yo dialogo con sus textos por todo el libro. Esto es totalmente falso, pues como he dicho él no pertenece a los académicos que considero relevantes y que iniciaron la tendencia que fue coloreando a Martí como un racista. Mi libro, además, cuenta con 464 páginas, y en capítulos completos Camacho no tiene absolutamente nada que decir. Lo único que no se atreve a afirmar es que lo plagio, porque con una sola excepción, invariablemente lo critico y desde luego lo desarmo y descarto, lo cual no resulta difícil por su falta de esmero y el hacer escasamente profesional que lo distingue. Aquí lo hemos comprobado.
   Su gran angustia, o sea que lo ninguneen, que no lo citen, que su nombre quede sin escenario, es todo invención de Camacho. Dentro de unos días estará en CUBAENCUENTRO de nuevo con otras quejas, reclamaciones y ofensas contra alguien que presuntamente lo ignora.

V
Impotente para triunfar sobre un puñado de nociones objetivamente abordadas y novedosas en la bibliografía martiana, don Jorge se ve obligado a generar política, pues ahí siempre hay algo que decir. Veamos. En la invención que es toda patria, la mía me interesa y en particular la gente que peor la está pasando. Ambiciono siempre conectar la teoría con la práctica, con los intereses más acuciantes en esa comunidad imaginada que se llama Cuba.
   Las luchas simbólicas, por otra parte, son constitutivas de los conflictos sociales en todos lados. Lo que hago en mi libro, como fruto de la preocupación del hombre de raza negra que soy, es tratar de advertir la no repetición de lo que en el pasado sucedió. Por ejemplo, la matanza y represión de los independientes de color.
   La historia tiene impulsos repetitivos destacados muchas veces. Si nos imaginamos en el campo de las reivindicaciones sociales de los negros, que van a llegar, me pregunto si enarbolar el símbolo martiano, conociendo cómo realmente pensó los problemas raciales de la Isla, facilita o no la labor reivindicadora. Por eso, como en el XIX y XX, los afrocubanos no deben separarse de la fuerza simbólica que el bardo significa. Por eso reitero que la tendencia que un sector de la academia norteamericana despliega contra la visión sobre los afrocubanos en Martí es peligrosa porque en primer lugar es falsa, y lo es también porque distancia a la raza de un símbolo que la favorece. En este punto el señor Camacho puede decir lo que le parezca, me da lo mismo. De cualquier modo, anuncié el advenimiento de este tipo de personajes —y sus ataques— desde la primera línea del párrafo en que plasmé esta posición, cosa que vuelve a ocultar el persecutor. Nada hay, pues, de sorprendente en Camacho.

(El vulgar imperio del “yo”. Cubaencuentro, septiembre 2015)

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