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Monday, April 4, 2016

José M. Fernández Pequeño vs. la literatura policial cubana

Si la novela policial cubana había logrado entre 1973 y 1977 adaptar la típica fábula policial a los reclamos de una priorizada función ideológica y había dado pruebas en 1978 de capacidad para autosuperar los esquemas que esa fórmula inevitablemente provocaría, a partir de 1979 inicia un descenso cualitativo que el cuatrienio 1980-1983 convertirá en descalabro casi absoluto.
   La reiteración del método que La ronda de los rubíes (1973), de Armando Cristóbal Pérez, propuso y que El cuarto círculo (1976), Luis Rogelio Nogueras y Guillermo Rodríguez Rivera, había tratado de tensar hasta sus máximas posibilidades, no podía traer otro resultado que el empleo repetitivo de las mismas soluciones y tópicos—muchos de los cuales fueron entendidos como rasgos definidores del género entre nosotros—, sin superar los modelos tomados.
   Las fábulas forzadas y repletas de casualidades; la aparición de personajes superficiales, simples tipos prefabricados, de los que se habla pero que actúan ante el lector; el hastío de un mundo presentado que se repite novela tras novela con muy tímidas variantes; la recurrencia de un lenguaje parejo, desconocedor en muchas oportunidades no ya del trabajo literario, sino incluso de las más palmarias construcciones gramaticales; estos y otros males provienen de un concepto errado sobre las maneras en que la literatura policial puede encarnar su función ideológica.

(La novela policial cubana ante sí misma [1979-1986]. Archivado en la red)

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