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Friday, April 8, 2016

Jorge Camacho sobre el José Martí “étnico”

En su artículo de respuesta a mi último ensayo sobre la cuestión étnica en Martí, Duanel Díaz me confirma mis miedos: tendría que escribir mucho, demasiado, para convencerlo. No le basta con los datos que le di, sino que sigue afirmando que Martí "invierte el discurso civilizador de Sarmiento".
   La tesis, por supuesto, no es nueva. Fernández Retamar, en Calibán y otros ensayos, fue quien la hizo famosa, quien tomó este ensayo, "Nuestra América", como el centro de la ideología martiana, y nos ha hecho creer que Martí se posiciona en un lugar antagónico al discurso civilizatorio del argentino, junto con los pobres, los indígenas y los negros. Decir lo contrario es entonces un acto de herejía o, cuando menos, una muestra de desconocimiento.
   ¿Pero fue realmente Martí un defensor de quienes Sarmiento despreciaba? Para responderle a Díaz, vayamos por los hechos, y tratemos de evitar los "caminos trillados". Empecemos por el inicio, por el año 1879. ¿Qué sucede ese año? Pues que Julio A. Roca, quien poco después sería electo presidente de Argentina, lleva a cabo lo que se conoce como la "Conquista del desierto", que consistió en la ocupación militar de los territorios al sur de Buenos Aires, donde vivían cerca de treinta mil indígenas.
   La invasión del ejército de Roca a la Patagonia era la culminación de un gran sueño: el de Sarmiento, Ansina, Alberdi y tantos otros letrados liberales, quienes pensaban se debía incentivar la inmigración europea y acabar con el "problema" indígena. En especial Sarmiento, quien era de la opinión que se debía hacer con ellos lo mismo que habían hecho los norteamericanos: echarlos a balazos de aquella zona. Todos, absolutamente todos, significaban un atraso para el país, una raza degenerada que no merecía perpetuarse en otras generaciones.
   Roca, pues, pertrechó su ejército con todos los adelantos modernos de la guerra (incluyendo telégrafos, fusiles Remington y ferrocarriles) y arremetió con fuerza contra los indeseables. Como es de suponer, Roca venció, y después de la victoria, como dice David Rock en State Building and Political Movements in Argentina 1860-1916, dispuso sin ningún inconveniente sentimental de los que sobrevivieron. Mandó algunos a Tucumán, donde había una industria azucarera floreciente, y despachó a las niñas a servir en condiciones casi de esclavitud en las casas de familias adineradas.
   Su propósito era dispersarlos para que olvidaran su cultura, y si era posible, "civilizarlos" a través del trabajo. Roca, como antes Sarmiento, recurría pues al discurso civilizatorio y extranjerizante, una especie de alegoría maniquea, que enfrentaba a Europa (y sus valores culturales) con los de América, "la civilización contra la barbarie", la "ciudad contra el campo", etcétera. ¿Qué tiene que ver todo esto con Martí?
   Pues bien, en un artículo de 1883, Martí alaba la campaña militar del entonces presidente argentino Julio Roca y exclama eufórico: "por donde corrían sobre fantásticos caballos, los indios invasores, corren hoy como voceros de los tiempos nuevos, los ferrocarriles" (OC VII, 320). Y agrega: "campañas haga iguales en la industria Buenos Aires, dignas de aquellas maravillosas y centáuricas que dieron apariencia de dioses a los hombres" (OC VII, 324).
   Según la prensa de Buenos Aires, la justificación para la "Conquista del desierto" fueron las incursiones de los indígenas en la frontera, a quienes se les acusaba de robar el ganado (cosa por la cual podían ir a la cárcel). Pero como dice Milcíades Peña en De Mitre a Roca: consolidación de la Oligarquía Anglo-Criolla, la verdadera justificación fue el dinero. Poner aquellos terrenos a disposición del capital extranjero, la oligarquía criolla, la producción de cereales y el pastoreo. Realmente, las poblaciones del sur de la ciudad estaban muy lejos de ser el enemigo medianamente formidable que decía el Estado y mucho menos para un ejército de 6.000 hombres.
   En su crónica para La América, de Nueva York, Martí alaba, pues, la labor de Roca y dice que de la lectura de sus palabras, el lector saca la "impresión grata" de un hombre "fuerte y joven" (OC, VII, 321). Y sigue afirmando que ahora el Chaco, que tenía ríos por donde "deslizan sus canoas de puntas dentadas las indias recias… ve llegar a sus regiones opulentas, cargados de sus aperos de abatir troncos y abrir la tierra, a los fornidos hombres blancos que vienen contentos a hacer su hogar tranquilo y libre con los maderos frescos de la selva" (OC VII, 323). Ahora, afirma Martí, la Patagonia tiene escuelas y es un hervidero de trabajadores e inmigrantes que vienen a explotar la tierra.
   Claro está: Martí pasa por alto que esa tierra tenía dueño y no se percata que ver el conflicto armado como una victoria deseada y necesaria, significaba reactivar la ideología colonial, la del conquistador español, que impuso por la fuerza su lengua y su cultura sobre los aborígenes. Que expropió sus tierras, humilló a sus mujeres y los convirtió en "bestias". Pero ¿es acaso extraño esta identificación de Martí con la campaña de Roca? No.
   Unos años antes había dicho lo mismo en Guatemala (donde él era uno de esos tantos forasteros blancos que venían a rehacer su vida y trabajar). El argumento lo repite incluso cuando habla en 1885 de la situación de los indígenas en EE UU, donde afirma: " el despojo de sus tierras, aun cuando racional y necesario, no deja de ser un hecho violento que todas las naciones civilizadas resisten con odios y guerras seculares, el cual no ha de agravarse con represiones y tráficos inhumanos" (OC X, 326).
   ¿Por qué entonces Duanel Díaz, o mejor, la crítica martiana que el reproduce acríticamente, sigue hablando de un Martí a favor de los indígenas y defensor de las causas justas? ¿Por qué se empeña en esa imagen maniquea y simplista de un Martí que invierte "el discurso civilizador de Sarmiento"?
   En 1973, ya André Joucla-Rau señalaba la identificación de Martí con las ideas que sostenía la prensa argentina al momento de la "Conquista del desierto". Su opinión quedó registrada en la discusión que siguió a la lectura de su ensayo en el famoso coloquio de Burdeos, celebrado en Francia ese año para homenajear al cubano. Entre los presentes estaban, como era de esperarse, Cintio Vitier y Juan Marinello, quienes criticaron a Joucla-Rau por pensar de esa forma.
   En tal ocasión, afirmaba el francés: "hay una identificación con los tópicos posiblemente al uso en la prensa de Buenos Aires que Martí condensa". A lo que respondió Cintio Vitier acto seguido: "No me inclino a esa posibilidad de la 'identificación' porque esas ideas serían muy raras por lo que Martí no tuvo evolución en su valoración del indio y en su amor al indio, su amor entrañable al indio en toda América". A lo que responde Joucla-Rau nuevamente: "Yo creo que de todos modos convendría matizar mucho, con toda la honradez posible".
   Después de este intercambio, no aparece en las actas publicadas del congreso otra intervención del catedrático francés, quien muere poco después, antes de que se publicara el libro. Pero sí aparece a continuación la reacción de sus críticos: Mejía-Sánchez, P Verdevoye, Juan Marinello, Nöel Salomón y, de nuevo, Cintio Vitier, quien se lamenta de que no estuviera con ellos en la reunión Fernández Retamar para ayudarlos. Vale copiar las palabras de Vitier en aquella ocasión para que se tenga una idea de la polémica y el origen de todos los malentendidos:
   "Lamento mucho que no esté aquí nuestro compañero Roberto Fernández Retamar, que acaba de publicar un trabajo en la revista Casa de las Américas, que en gran parte es un enfrentamiento realmente brutal entre el ideario de Sarmiento y el ideario de Martí y que se centra especialmente en este tema. No hay duda de que ese enfrentamiento se produjo tácitamente en el escrito 'Nuestra América' de Martí donde él dice abiertamente: 'No hay lucha entre la civilización y la barbarie sino entre la naturaleza y la falsa erudición'. Sin embargo, en otros escritos él elogió el Facundo, al cual llamó 'libro prócer', 'libro fundador'. Estas contradicciones menores también se observan en Martí".
   Es la lectura de Retamar, por tanto, la que sí ha hecho su "agosto" en la academia norteamericana por los últimos veinte años, y lógicamente, esa es la versión de la escuelita en Cuba, la cual no se puede criticar, ni desdecir. Por eso, la opinión de Joucla-Rau, que ocupa solamente un par de líneas en su intervención, es tan rara, rarísima en el corpus ensayístico martiano. Por algo ese libro nunca se publicó en Cuba. En esas dos líneas, Joucla-Rau ya veía cómo Martí criticaba y coincidía en algunos puntos con Ebelot, el autor de un libro sobre La Pampa que Martí reseña en 1890 e incluso coincidía con los postulados que impulsaron a Julio Roca a la "Conquista del desierto". Para que se sepa, Ebelot fue uno de los ingenieros de esta campaña y fue íntimo amigo de Alsina, el antiguo ministro de Guerra.
   Según Joucla-Rau, Martí critica al francés aplatanado en Argentina por su determinismo positivista, que el cubano asocia a la influencia de Charles Darwin (1809-1882) y Ernst Haeckel (1834-1919). Tal determinismo se basaba en la teoría del devenir histórico de la humanidad, la ilusión mistificadora del progreso lineal, entendido en una manera materialista y fatalista. Pero en el mismo texto Martí se hace eco de esa misma concepción lineal de la historia, si bien optimista, cuando afirma, que "con ver el mundo, graduado y en cada grado idéntico, cualquiera que sea la época de la graduación, salvo las modificaciones de lugar y ambiente, hay filosofía magna e infalible para entender cada trance social, y gozar con verlo, sin entristecerse, como nuestro francés" (OC VII, 370).
   Al menos es obvio para mí que Martí no puede escapar de la episteme positivista del siglo XIX, que impone una visión ascensional de la historia, el desarrollo biológico y el progreso de la humanidad. Esta es la misma visión jerárquica que había utilizado en su crónica de 1882, al hablar de las tribus crows y cheyenes en Estados Unidos, cuando compara a los indígenas con los "niños" y los cataloga de "salvajes".
   Es el optimismo evolucionista de su apunte sobre los negros en el fragmento que cité en mi primer ensayo. Es un evolucionismo que no borra totalmente las diferencias de raza, sino que las mantiene entre ellas mismas (cuya sangre sigue siendo un factor que marca las diferencias), ya que ve el mundo "graduado" con la salvedad de "modificaciones de lugar y ambiente".
   En otras palabras, todavía en una fecha tan tardía como 1890, un año antes de publicar "Nuestra América" en el periódico del Partido Liberal de México, Martí seguía creyendo en esta "filosofía magna e infalible". ¿Por qué entonces la crítica martiana prefiere hablar de "saber de la literatura" y de la "estética", en lugar de cuestionarse los espacios marginales que ocupan el negro y el indígena en los textos martianos? ¿Realmente piensan que la literatura es suficiente para oponerse por sí misma a los discursos científicos, biológicos y pedagógicos que inundaron el siglo XIX?
   Duanel Díaz parece apuntarse a esta tesis, cuando afirma que a diferencia de Francisco Figueras, Martí exhibe "una retórica de la utopía o del subsuelo, cuya autoridad procede más de la literatura que de la ciencia". El ensayo "Nuestra América", entendido a la manera de Retamar, es nuevamente el texto que apoya esta retórica.
   Pero únicamente habría que ver en "Nuestra América" el lugar que ocupa el miedo (el horror diría) a que se desataran esas minorías ignoradas y reprimidas por tanto tiempo en el continente (el negro, el indígena, el hombre de la masa inculta), para darse cuenta que Retamar se equivoca. Decía Martí: "En pueblos compuestos de elementos cultos e incultos, los incultos gobernarán, por su hábito de agredir y resolver las dudas con su mano, allí donde los cultos no aprendan el arte del gobierno. La masa inculta es perezosa, y tímida en las cosas de la inteligencia, y quiere que la gobiernen bien; pero si el gobierno le lastima, se lo sacude y gobierna ella".
   ¿A quién se está refiriendo Martí con estas palabras? ¿A quiénes les está diciendo que se cuiden? ¿A los políticos y la clase dirigente de México, o a los negros, los indígenas y los desarrapados? No nos engañemos: estos últimos son el gran problema que hay que evitar a toda costa en el futuro. Son los "perezosos", como describió tantas veces a los indígenas. Son los poco inteligentes. Son "los de abajo" en esa retórica elitista, que como en el fragmento que cité en mi primer ensayo, crea jerarquías que hay que preservar. Hay que saber gobernar bien a esas gentes, ya que podían "sacudirse" del lomo las instituciones. A Martí le gustaba dar ese tipo de vaticinios políticos (como a Bartolomé de Las Casas o Alexis de Tocqueville), y es cierto que algunos se cumplieron, pero otros quedaron muy cortos.
   Es cierto que Martí criticó la Conquista, y el sistema de reservaciones en EE UU, por encontrarlos inhumanos, y contraproducente el segundo, ya que obligaba al gobierno a mantenerlos y a perpetuar su "pereza". Pero también hay que aceptar que hay zonas en su ideario que para nuestra concepción actual son profundamente problemáticas y que muchas veces Martí se muestra a favor de políticas que les fueron muy perjudiciales a los indígenas en su tiempo, que le hicieron perder sus terrenos, sus derechos heredados, y los condenaron a la miseria o la muerte. Esas son las "contradicciones menores" —como dice Vitier— que a la crítica no le interesa resaltar.
   Pero en todo caso, sus críticas y temores por las minorías étnicas son consecuentes con la postura liberal que los trató de "reformar" y hallar un "remedio" para ellos. Que los obligó a trabajar en contra de su voluntad y criminalizó el "ocio". Lógicamente, en Cuba no lo hicieron porque tenían una isla llena de esclavos y un comercio ilegal floreciente. Pero si los indígenas no utilizaban la tierra, pues los "desalojaban" y ya se traerían inmigrantes de Europa dispuestos a trabajar.
   No puedo coincidir, pues, con la crítica martiana que se ha empeñado en analizar sus escritos a partir de "Nuestra América", y del cual se sirve para juzgar toda su obra a partir de una frase bella, sintética y metafórica. Porque Martí no es ni esa frase ni ese ensayo. Es toda su obra, llena de matices, frases geniales, pero también muchas contradicciones. Como decía Joucla-Rau, hay que ser lo más "honrado posible" para hablar de estos temas en Martí, y entiendo que algunos no quieran serlo. Incluso, entiendo que muchas revistas académicas y editores no quieran oír hablar de estas cosas porque es infinitamente más cómodo y seguro seguir repitiendo lo que todos sabemos, seguir afirmando nuestras "certezas ridículas" hasta el cansancio.

(Con toda la honradez posible. Cubaencuentro, junio 2008)

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