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Monday, October 20, 2014

Jesús J. Barquet vs. “Imagen y posibilidad”, compilación de Ciro Bianchi Ross

Con lo que Lezama sí estaría en desacuerdo es con la imagen que el libro y su "Introducción" quieren dar de él, al punto de hacerlo un portavoz (y hasta profeta exaltado y partidista) de la Revolución Cubana. Veamos cómo se proyecta esta imagen deformada. Ni el título del libro ni el orden de los artículos revelan imparcialidad por parte del recopilador, sino la más evidente (mal) intencionalidad. No se trata de "prosas dispersas" sino de "imagen y posibilidad", es decir,que el título del libro está tomado precisamente del artículo de Lezama sobre el 26 de Julio, el cual, por supuesto, encabezará la recopilación. La aparición de los artículos en el libro no sigue los incompromeditos órdenes alfabético o cronológico, sino un supuesto orden temático de oscura dilucidación y que juguetea con el tiempo (Joyce y Cortázar metidos a compiladores). El libro se inicia con "El 26 de Julio ... " (nov-dic. 1968), le sigue "Ernesto Guevara" (en-feb 1968) y más tarde "Céspedes" (oct 1968), quien viene a cerrar así ese bloque temático que en realidad abriera con su "señorío fundador", como señala
   Lezama . Nos preguntamos: ¿quién o qué está en el fondo de todo esto? El propio Bianchi parece darse cuenta del juego cuando nos espeta exabruptamente en medio de su "introducción" que "en el ordenamiento de los materiales que aquí se incluyen colaboró el poeta Cintio Vitier" (p. 12). Parece deseoso de compartir (o descargar totalmente) la responsabilidad de su recopilación. Vitier fue el elegido. Por eso cuando se refiere a los "nuevos actos nacientes" que en enero de 1953 profetizaba Lezama para la isla y los vincula con el asalto al Cuartel Moncada, Bianchi no afirma sino pregunta: "¿Eran hechos como ése los nuevos actos nacientes que avizoraba Lezama?" (p. 8), y nos manda ipso facto para una nota al pie de página que señala la fuente (Cintio Vitier) de la idea en cuestión. ¿Es la suya, pues, una pregunta retórica, es decir, afirmativa, o rezuma más bien ironía, alejamiento, oblicuidad en lo que se le ha señalado que diga? Misterio. Silencio. Pero no vale hacer señalamientos individuales cuando sabemos que el individuo constituye una mera pieza de un sistema . Ya Lezama percibió ese drama en 1961 cuando dijo en una carta:

   No es lo mismo estar fuera de Cuba, que la conducta que uno se ve obligado a seguir cuando estamos aqul, metidos en el horno. Existen los cubanos que sufren fuera, y los que sufren igualmente, quizás más, estando dentro de la quemazón y la pavorosa inquietud de un destino incierto.

   Preferimos, pues, condenar ese "horno" que determina semejantes actitudes. Es el "horno" quien realmente demanda esa imagen demagógica de Lezama partidista o al menos simpatizante de la Revolución. Un Lezama congelado en los principios de la década del 60, cuando aún la esperanza abierta por la Revolución era una oscura fe (o certeza) en muchos; de ahí esos artículos a favor de la misma escritos por Lezama. Otra sería la realidad del país y del autor en los años siguientes (finales de los 60 y los años 70). El Lezama activo, productor, y hasta feliz a pesar de su desgarramiento familiar, que vemos en su epistolario de principios de la Revolución, se ve poco a poco sustituido por un ser inactivo, falto de estímulos, alejado de la vida cultural, condenado al ostracismo. Pero de este último período de la vida del autor no se ha hallado ninguna "prosa dispersa". Tenemos que acudir a sus cartas. Y exhorto al lector curioso: ¿acaso no mueve a reflexión comprobar que data de 1969 el último artículo publicado por Lezama en Cuba y que Bianchi incorpora? ¿Qué ocurrió en ese lapso de 1969 hasta su muerte en 1976? Misterio. Silencio. La nueva era, una vez concebida como "posibilidad infinita" por el poeta, se ha vuelto ahora la era de la "imposibilidad" también infinita: imposibilidad de viajar, imposibilidad de publicar, imposibilidad de participar, imposibilidad de ser. Pero el orden desordenado del libro (que pretende ser temático) escamotea esa realidad trágica. El lector se despista con la mezcla y hasta omisión de fechas. Asistimos al más antimarxista intento de ahistorizar una figura, un pensamiento. En el fondo se pretende ocultarle al lector la entrada a ese paréntesis del ostracismo padecido por Lezama. Y en esa confusión temporal se va disponiendo, sin embargo, una zigzagueante inversión cronológica mediante la cual el lector termina con un Lezama—allá en los años 50— coral, centro de una generación pujante, gestor de su destino, creador. Precisamente lo opuesto a su triste rea1idad de los últimos años en que, a pesar de estar en el pináculo de su madurez intelectual y su reconocimiento internacional, sencillamente se esfuma, o mejor dicho, "lo" esfuman, condenándolo a un exilio interior en su Trocadero 162, a apenas dos cuadras del "Prado de su infancia". Son los años en que confiesa que tiene "¡tan pocos estímulos!" (1974), en que siente que él y su esposa están "muy solos y el cerco se aprieta cada vez más" (1974).
   El punto máximo de esa congelación requerida por el "horno", lo satisface el compaftero Bianchi cuando afirma que "después de 1959 las revistas literarias, que al calor del triunfo revolucionario comenzaron a editarse en Cuba, le abren las puertas a Lezama" (p. 17). Es cierto, hasta cierto punto, o fecha, en que las propias revistas le cierran dichas puertas. En la década del 70, Lezama apenas llegó a publicar cuatro poemas en las revistas literarias cubanas. No se trataba de aridez creativa, pues ahí está su impresionante poemario de esos años, Fragmentos a su imán, sino de ostracismo. Aquel espíritu coral que tanto perseguía, se vio de pronto reducido a la sala de su casa : "Llevamos una vida muy recogida, de lecturas y visitas de amigos que nos son agradables", escribe en 1975. Son los años en que quizás como nunca antes, debido al ostracismo social y literario, disf.ruta de la oralidad de su poesía. No había encuentro amistoso en que no sugiriera (o se dejara sugerir como un infante) la lectura de sus nuevos poemas. Así conocimos, (aunque inéditos, éditos en su voz) sus " Discordias", su "Nacimiento del día", "Los dioses", la "Vieja balada surrealista", etc. En el extranjero, un público inmenso lo reclamaba invitándolo a conferencias, cursos, homenajes. Imposibilidad infinita. .
   No terminan aquí los signos de congelación que perseguimos. Bianchi, atrevido, sugiere otro más:

   Creo que en cualquier momento de su existencia, Lezama podría haber vuelto la vista atrás y reasumir cada una de sus palabras, desde la primera, sin verse precisado al escamoteo o al rechazo. (p. 13)

   Sabemos que Lezama jamás hubiera "rechazado" sus escritos anteriores. Se respetaba mucho como para renunciar a cualquiera de sus fragmentos, pero dificilmente hubiera "reasumido" aquellas ideas idílicas sobre la Revolución Cubana. Hubieran quedado fijas en su momento de gestación esperando el análisis historicista que derivaría de éstas y el acontecer posterior un ejemplo de sentimiento de esperanza y frustración que significó para nuestros mejores intelectuales la Revolución Cubana. Lezama prefirió callar. Condenado al silencio, respondió con el silencio que, como en Martl, significaba una forma de censurar.
   Al morir Lezama, el "horno" se apresura a publicar póstuma mente sus obras inéditas de ficción. No fue labor de reivindicación ni mucho menos (pues como su entierro, todo se llevó a cabo con el mayor silencio), sino una jugarreta editorial, es decir comercial, que pretendía levantar además una demagógica cortina de humo ante la opinión internacional. Por otra parte, las concepciones de Lezama (de las que fui testigo en varias ocasiones) sobre publicar siempre primero en su patria, no operaban igualmente en su esposa María Luisa Bautista, más determinada a publicar los manuscritos en el extranjero si las editoriales cubanas no lo hacían inmediatamente. Fue un momento crucial en que "el horno no estaba para galleticas". Un año más tarde salen a la luz Oppiano Licario y Fragmentos a su imán (éste no registra el dato de los derechos de autor). Cuatro años más tarde, Imagen y posibilidad pretende seguir, con mucha mayor y explícita (mal) intencionalidad, esa misma política oportunista e hipócrita. Vale, sin embargo, como un esfuerzo (no muy grande por cierto, pues todos los lectores fieles de Lezama conocíamos de una u otra forma esos textos recopilados y dónde localizarlos) por agrupar esa obra dispersa de Lezama, que fuera de Cuba es prácticamente desconocida. Lástima, por otra parte, de "introducción" y de ordenamiento.

(Un Lezama inventado por el horno, Revista Mariel, No. 4, 1984)

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