En la Biología de la democracia se propone justificar Lamar Schweyer, con argumentos biológicos, la existencia necesaria en Indoamérica de los dictadores y tiranos que, como observa Agramonte, para él son sinónimos. Y el pobrecito no llega a la postre, tras denodados esfuerzos, sino a incurrir en mayúsculos errores conceptuales. En su premeditado afán de justificar a los gobernantes tipo Francia, Melgarejo Castro, Leguia y al infernal Juan Vicente Gómez, no vacila el circunstancial discípulo de Nietzsche en contradecirse manifiestamente a cada paso. (…) Y así es todo el libro un monumento de equivocaciones. Cuando no una exaltación servil de los señores que gobiernan apoyados en la fuerza incontrastable de las bayonetas e imponen a las masas, coercitivamente, su criterio.
Y es que además, no sabe Lamar Schweyer, como se desprende de las objeciones de Agramonte, un adarme de sociología. No es siquiera, como fue Ingenieros —de quien copia o modifica ‘párrafos enteros’— un diletante de esa importante disciplina científica. Y es así como la ignorancia, malévola consejera, lo lleva de la mano a formular, como teoría irrefutable según él, una concepción biológica de la sociedad. El defensor literario de las dictaduras parece ignorar que aun un mediano estudiante de sociología sabe positivamente que la analogía biosocial es algo absurdo, casi teratológico.
(Citado por Adis Barrio en su prólogo a La roca de Patmos, Letras Cubanas, 2010)
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