De mañana, según recuerdo. Los bancos de madera áspera ocupados por escritores (yo entre ellos, entonces mosca más perfecta), pues iba a celebrarse un juicio bastante literario a juzgar por acusado y acusador, ensayistas ambos.
El ruido de la calle Línea entraba por los balcones de la sala. Meses antes, en un artículo publicado, Desiderio Navarro había acusado a Guillermo Rodríguez Rivera de cometer plagio. Éste respondió por escrito a aquella acusación (su defensa fue poco convincente), Navarro volvió a la carga, y la impotencia debió llevar a Rodríguez Rivera hasta el juzgado: acusó de difamación a quien lo acusaba a él de plagio.
Llegados a ese punto, Desiderio Navarro se disponía a presentar diagramas detallados que probaban el fraude. El juez, negro y bajo de estatura, dio comienzo a la sesión. Escuchó en las voces de acusado y acusador sus respectivas biografías, y determinó muy pronto no perderse en vericuetos y cortar por lo sano. Salomónico, exigió más respeto propio a ambos querellantes. ¿Qué hacían en litigio dos hombres como ellos, de probada inteligencia?
El regaño del juez cerró el proceso. De aquella jornada recuerdo especialmente la frase con que Rodríguez Rivera remató su resumen biográfico. De pie ante el magistrado, enumeró sus libros, sus años de profesor, de hacedor de revistas, y aseveró que era miliciano desde la fundación de las milicias revolucionarias.
¿Por qué razón, casi veinte años después, me viene a la memoria este detalle? ¿Por incongruente o ridículo? ¿Por la fanfarronería que denota? El presente echa luz sobre tan caprichoso recuerdo: Rodríguez Rivera hacía valer ante el juez cuánta ventaja de milicias le llevaba a su contrincante, unos años más joven. Intentaba la misma jugarreta que recién ha intentado con Norge Espinosa o conmigo.
Desconfiado de la polémica literaria, cambió las páginas de las revistas por una sala de juzgado. Procuró arrimarse a fuerza mayor, fue en busca de un comisario que dictara silencio. Se hizo pasar por víctima con tal de que llavearan las razones de su oponente. Y ahora pretende de mí algo parecido a lo que reclamara de aquel juez. Porque si entonces buscaba alguna autoridad que condenase una discusión que debió serle insostenible, ahora me tilda de censor y de fiscal para cerrar este intercambio donde le faltan razones valederas.
(Crítica, censura y campos de concentración. Cubaencuentro, abril 2006)
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