El diálogo no tengo que inventármelo, ya ha ocurrido en varias ocasiones y el resultado es francamente desalentador. Te confieso una vieja sospecha que tengo: los escritores adictos al régimen cubano no existen. Pueden apoyarlo por conveniencia personal o porque relacionan su adhesión a algún tipo de estabilidad emocional que necesiten pero hasta ahora no he encontrado ninguno que crea realmente que el régimen que apoyan funciona. Un escritor adicto a un régimen como el cubano es una imposibilidad teórica y según mi experiencia, también una imposibilidad práctica. Cuando me he encontrado uno de estos personajes se puede hablar de cualquier cosa excepto de la situación cubana. Llegado a ese punto sólo pueden hilar unas cuantas consignas. Eso es en público. Una vez que pasan a un plano más privado, en caso que tal cosa suceda, te pasan el brazo por arriba, tratando de convencerte de dos cosas: que los invites a tomarse una cerveza y de que nada de lo que han dicho en público hay que tomárselo totalmente en serio. Después de un par de cervezas vuelve el tema político pero esta vez en la forma de algún ataque personal, como para sentirse ellos mismos libres de la culpa de haberle aceptado una cerveza al enemigo. Es un patrón casi matemático. Me lo explico pensando que un régimen decrépito como el cubano, incapacitado de producir nuevas ideas o aún de dejarlas producir aunque le sean favorables, sólo permite la reproducción de consignas. Los escritores que apoyan al régimen tienen muy poco juego y su contribución se reduce a añadir comas y adjetivos, crear epítetos contra el enemigo pero siempre atentos a los caprichosos cambios de humor y de consignas del caudillo. Sólo Él decidirá cual es la táctica del momento y el enemigo del momento. De otro modo el escritor oficialista, pongamos por caso al propio ministro de cultura, habla de integración y acercamiento en una feria donde uno de los primeros actos es una burda provocación contra la presentación de una revista, provocación que hace quedar en ridículo a ese propio ministro. Ante una situación así los cambios se hacen imprescindibles para los propios sectores oficiales y el único tema de discusión posible sería la dirección y la envergadura de esos cambios. Pero poco se puede esperar en ese sentido cuando hablar de cambios no sólo puede ser considerado peligroso sino inconstitucional.
(En Milenio, 2003)
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