Parece ser que no fue Portuondo, como se sospechó durante décadas, el hombre que con el seudónimo de Leopoldo Ávila firmaba los vitriólicos artículos que aparecieron entre 1968 y 1971 en la revista Verde Olivo, órgano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y que preludiaron el decenio gris, sino el teniente Luis Pavón Tamayo.
Lo que hizo Portuondo fue reforzarle la pluma al teniente Pavón. Como las pretensiones literarias de Pavón, un oscuro burócrata militar designado como rancheador de intelectuales díscolos, no daban para tanto, a Portuondo le asignaron la tarea de darle una mano a la hora de redactar artículos contra Heberto Padilla, Antón Arrufat, Pablo Armando Fernández y otros escritores.
Por aquella época, Portuondo, que era un seguidor a ultranza del marxismo-leninismo-stalinista desde los tiempos del Partido Socialista Popular (PSP), ejercía con entusiasmo su papel de comisario en la domesticación y sojuzgamiento de los intelectuales y la implantación del realismo socialista en la cultura nacional.
Baste recordar sus ataques a Ciclón y Lunes de Revolución, su polémica con José Soler Puig a propósito de la novela de la revolución o sus comentarios retrógrados sobre el Salón de Mayo, en 1967, sobre el cual dijo que era “una de las muestras de cómo todavía no podíamos librarnos por entero de cierto sentido de neocolonialismo intelectual”.
Para el dogmático Portuondo, lo que denominaba “arte burgués contemporáneo”, o sea, todo lo que quedara fuera del más puro realismo socialista, era esnobismo, basura, chatarra.
A Portuondo, que era director del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, se le achaca que por motivos políticos omitieran a importantes escritores del Diccionario de la Literatura Cubana, publicado por la Editorial Letras Cubanas en 1980. Resulta escandaloso constatar que en dicho diccionario faltan, entre otros, los nombres de Guillermo Cabrera Infante, Gastón Baquero, Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro, mientras que ciertos autores incluidos, como Jorge Mañach aparecen con el calificativo-coletilla de “contrarrevolucionarios”.
No era Portuondo quien tomaba esas decisiones, aseguró el año pasado a la revista La Gaceta de Cuba, en el número dedicado al centenario de Portuondo, su discípulo y amigo, el ensayista Miguel Ángel Botalín.
Según Botalín, Portuondo “fue siempre muy disciplinado, al Partido, a las autoridades, a los superiores, y no siempre se puede ser tan disciplinado…No aprendió a decir que no. Abusaron de él…Le han echado culpas que no tiene”.
Lo que Botalín no se atreve a decir a las claras, es fácil inferirlo. Demasiado obediente, Portuondo cedió totalmente su autonomía intelectual para supeditarse al papel de teórico y burócrata cultural del castrismo. Esa es su principal culpa. Y también su expiación, porque es un papel muy triste.
En cuanto a las otras culpabilidades que le adjudican, tampoco le son ajenas, por su complicidad en la represión a los intelectuales. Así que costará trabajo convencer a muchos de que José Antonio Portuondo y Leopoldo Ávila no eran un mismo autor. ¡Pensaban tan parecido!
(¿José Antonio Portuondo o Lepoldo Avila?, Cubanet, septiembre 2012)
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