El poema es de “combate”. Su “verso es un aire incendiado que lleva en sí el germen de no se sabe qué futuros incendios”. Pero ahí salta el fallo individualista del motor de su espíritu: “no quiere que se le crea un poeta de muchedumbre”. Bueno, querido amigo; si se ha de combatir, si ha de haber incendios, ¿quién, sino la muchedumbre, es capaz de realizar lo uno y lo otro?
Esta posición, si no es sincera, resulta horrenda; si lo es, dolorosa y lamentable, como la confesión de una enfermedad mortal.
En muchos poetas no es más que una «pose». En otros —¿estará entre ellos Agustín?— un contagioso padecimiento que fue de moda en el siglo pasado y que se contrajo en las lecturas de la adolescencia. O, seamos honrados, ¿esa posición mental de Acosta es debida al pesimismo final de su poema? ¿Será la causa el hecho de que no ve salida para «la patria que canta»? El pesimismo es infundado. No existe en la realidad, como él afirma. Lo que hay es una interpretación no exacta de los hechos, una falta de comprensión total del problema.
(Julio Antonio Mella. Selección de textos, Ruth Casa Editorial, s/f)
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