En Cuba, durante el último medio siglo —esto es, durante toda la carrera literaria de Barnet—, dar voz a los sin voz ha resultado particularmente peligroso. De ahí que el autor de Biografía de un cimarrón, como tantos otros intelectuales oficialistas alérgicos al riesgo y devotos de las giras internacionales, se haya guardado muy bien de incurrir en semejante temeridad. Sin voz están aquellos que languidecen en las cárceles cubanas por disentir o intentar burlar el cerco de la ideología oficial, e incluso los que en apariencia caminan en libertad por las calles de Cuba: están los cimarrones modernos a los que captura, y con los que trafica, el Estado negrero. En defensa de ellos Barnet no ha escrito, ni escribirá jamás, una línea.
Una omisión que roza lo impúdico si se tiene en cuenta que el galardonado, homosexual él mismo, ha sido incapaz de defender públicamente los derechos de los homosexuales en un país en el que durante décadas éstos han sido marginados, perseguidos y hasta encarcelados.
El atolladero de la Cuba contemporánea no sólo obedece a limitaciones estructurales, sino individuales. A intelectuales como Barnet les cabe el dudoso honor de haber intentado legitimar, de palabra y de hecho, el apartheid institucionalizado por el castrismo. Y ello ha tenido un efecto bumerán: no es que los creadores oficialistas carezcan de talento o perseverancia, que es lo que pudiera deducirse del estado de la literatura publicada en la Isla, es que el sistema les impide desplegar dichas cualidades en un entorno abierto al intercambio, el cuestionamiento y la diversidad.
(Miguel Barnet o la voz del negrero. Diario Las Américas, noviembre 2010)
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