Como un mal actor atrapado en situación, Lisandro Otero se justifica con argumentos caducos. Sin comprender el presente quiere cambiar su pasado. Observemos su lenguaje, que basta citar para refutar. Todavía piensa, a estas alturas, que Lezama Lima le hubiera dicho a él, Director de Cultura del régimen que lo marginaba, que anhelaba escaparse del país; alberga la ilusión de que, pese a su historial como arquitecto de la cultura represiva del castrismo, no fue colaborador sino un inocente «revolucionario que abrazó una causa»; justifica un llamado «arresto preventivo» de miles de ciudadanos desafectos del régimen como una «necesidad de paralizar la acción posible» que esas mismas personas podrían haber tomado para decidir el destino político nacional; recrea la sangrienta subversión comunista de democracias latinoamericanas, el terrorismo urbano, y la injerencia del castrismo en la vida interna de otros países, como el verter «de sangre de muchos revolucionarios». Pero sin duda su mayor fantasía es que todavía piensa que este intercambio nuestro es un debate sobre «discrepancias ideológicas». Señor Otero, se trata de algo mucho más sencillo: su falta de probidad intelectual.
(Dúplica, Encuentro de la cultura cubana, No. 18, 2000)
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