Por otra parte, leo en Letras en Cuba, no sin dolor, sobre otro crimen; cómo el sistema tuerce y retuerce la vida de los escritores, cómo los hace añicos. Leo el discurso vergonzoso de Antón Arrufat al recibir el Premio Nacional de Literatura, bien meditado, que puede leerse como un texto doble, acusatorio, y finalmente de doblez. Bajó la testa Arrufat para dejar que le colocasen la medalla del Premio Nacional de Literatura; el compromiso idiota por el que tras 14 años de humillaciones, torturas sicológicas, abusos, marginación y menosprecio de su persona y de su obra, ha sido finalmente "exonerado'' de un miserable crimen de opinión, de una inocente obrita de teatro —Los siete contra Tebas—, de referencias anticastristas. El autor es ahora un manso anciano que se mira en el espejo para cerciorarse de que está vivo. Pero yo estoy segura de que cuando Antón Arrufat intenta mirarse en el espejo descubre que no existe, que ha muerto hace años luz para ese gobierno opresor que tiene la bota puesta sobre los cubanos. Qué vergüenza siento por ese Arrufat, tan sutilmente irónico siempre, con sus pasitos suaves, sus maneras de señorito solterón, traicionando la memoria de su amigo, el pobrecito Virgilio Piñera, al que ahora lleva y trae como flor en su ojal.
(“Quédese con mi abrazo”, El Nuevo Herald, marzo 2001)
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