Mi referencia a las limitaciones de la "transculturación" se limitó a varias líneas, que aludían sobre todo a Los factores humanos de la cubanidad. Reconozco (y lo advertí primero) que eran líneas insuficientes, pedantes tal vez. Pero juzgar a Ortiz como el autor exclusivo del que es, sin duda, su mejor libro, también me parece tendencioso. Ortiz escribió mucho, y no siempre a la altura del Contrapunteo. En tu defensa de Ortiz, querido Rafael, así como en tu apología de la academia, no hay otra cosa que una ecuménica voluntad de asegurar en la República de las Letras cubanas un lugar para todos. En esa mesa redonda tú quisieras ver sentados a Martí y a Varona, a Entralgo y a Mañach, a Ortiz y a Lezama, a Guerra y a Lamar. (En ese sentido, sí eres "académico", al menos por las razones que detalla Jean Brun en Platón y la Academia). Yo, en cambio, prefiero el canon regido por una jerarquía, armado alrededor de lo que Bloom llama "fuerza estética", centrado en la reinvención del mito y en la extrañeza consustancial a las obras maestras. Varona, Mañach, Entralgo y Ortiz fueron nuestros desmitificadores modernos, y encajan bien como ideólogos de una futura República. Pero poseen menor fuerza estética que otros creadores cubanos, los cuales, curiosamente, reinciden en varias "elucubraciones febriles". Puesto a escoger entre republicanismo y multiculturalismo, entre "la plasmación más o menos depurada de un espíritu" (¿?) y "la representación parcial de algún sujeto", prefiero abstenerme.
(Nuevas consideraciones desde una ‘capilla sombría’. Cubaencuentro, marzo 2001)
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