Ya me lo imagino hinchadito en
su Sábado del Libro de semanas atrás, durante la fraudulenta presentación de El Cazador, más contento que José Martí
en Playitas al pisar de nuevo tierra cubana, oyendo caer flores sobre su
cabeza, pero sin conciencia de su engaño.
Por eso, y por el favor que un día me hizo,
por la publicación de aquel libro que le seguiré agradeciendo hasta que me
muera, no lo llevaré ante los tribunales. Respetaré la infancia tan triste que
debió de tener en el caserío de la desolada llanura camagüeyana donde nació, la
falta de afecto que también de grande debió de perseguirle sin lograr jamás
sacarla, o no al menos en las cantidades faraónicas que su idea de sí mismo
demandaría, según se evidencia ahora. No es un delincuente, es un enfermo.
Nadie lo ha visto con el sombrero con que solía cubrirse el poeta Zequeira para
hacerse invisible, pero su insaciable necesidad de fama, y sus métodos para
obtenerla, y los elementales huecos por cubrir dejados al urdir la expropiación
que me deparaba, así lo demuestran. El sorprendente señor Raúl Luis ha
enloquecido. Compadezcámoslo, que es cuanto al respecto cabría sin sublevar la
voluntad de los dioses.
(Acuse de recibo: Declaración jurada de Rafael Alcides, Blog
Penúltimos Días, agosto 2012)
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