Ena Lucía Portela es una
habanera de treintitantos años autora de unas novelas soporíferas y de unos
cuentos apreciables pese a las bravuconerías que hay que aguantarle a su
protagonista siempre mujer, siempre escritora, siempre lesbiana, siempre ella
misma. Maquinadora de personales futuros gloriosos y despachadora de los demás
con frases lapidarias, soñadora de que erotiza a todo animal que le cruce por
al lado y soñadora de que seduce al lector a golpe de inteligencia y de ironía,
bajo el disfraz de una literatura endiablada Ena Lucía Portela ha escrito
algunas de las páginas más bobas de la reciente literatura cubana.
Djuna Barnes afirmó alguna vez que los
escritores norteamericanos se especializaban en exponer las cosas soportables
de un modo insoportable, y que a ella afortunadamente le interesaba lo
contrario. Lo escrito por Ena Lucía Portela pertenece más al primero de estos
grupos que al vecindario de la Barnes. Su especialidad consiste en tomar a
algunos conocidos y convertirlos en personajes de sus historias, y tal vez ella
sea la mejor exponente de algo que podría llamarse narrativa saprofítica.
Carente de imaginación como para inventar
personajes o situaciones, anda escasa también de filosofía o moraleja o tesis
que le entregue algún sentido a lo que copia. Y, una vez desenvuelto el tamal
del chisme en sus novelas o cuentos en clave, queda al lector bien poco de sorpresa.
Aunque es cierto que, en país de ciegos, su prosa ha sido celebrada por algunos
miembros de la ANCI (Asociación Nacional del Ciego).
(La lengua suelta # 6, La
Habana Elegante, segunda época)
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