Solo hay que ser muy tonto para no darse cuenta de que ningún espacio cultural o político del planeta que habitamos carece de tales demarcaciones, hoy mucho más que necesarias si de salvar nuestro proyecto social se trata, así que cuando escucho a un escritor, que en determinado momento consideré profundo, rebelde, performático, y al que veíamos alzarse libro a libro (todos publicados y premiados en Cuba), quejarse ante determinados medios (des)noticiosos, del rechazo dizque “sufrido” por parte de nuestras editoriales, y de la maniobra de exclusión de la cual se declara una víctima inocente, debo pensar que, o sufre de una bipolaridad severa, o de una pérdida de memoria, o que actúa en una maniobra de transformismo planificada y oportunista, en una treta maquiavélica donde recita lo que es obligatorio para que su ego, disminuido por las insatisfacciones personales, su engorde en las primeras planas y en los titulares que el oficio simple de escritor no le aseguran, al menos en una Cuba distante de esos mercados foráneos, en su mayoría mucho más interesados en los rendimientos por venta, que en la genuina trascendencia de la obra literaria. Son estas malas actuaciones frente a las cámaras, las que me llevan a pensar que detrás de aquella escritura inquieta aunque harto descuidada, siempre estuvo la mueca del verdadero figurante de segunda, del hipócrita que hoy clama por una tolerancia y una paz que no le han faltado.
Le había visto a Pardo, días antes, recorrer la Feria sin que nadie lo obligara a abandonar el lugar, semanas atrás había ultrajado un símbolo que para la mayoría de los cubanos —revolucionarios o no, fidelistas o no, de “adentro” y de “afuera”— resulta sagrado, y son estas acciones vejatorias, unidas a la mentira y al espectáculo, por indignantes, las únicas que, comprensiblemente, han derivado en un justo rechazo. Ofender a la nación, suceda en Cuba o en cualquier otro lugar del mundo, es un crimen, aunque las leyes en ocasiones le dejen impune con su benevolencia. Que vaya entonces y que publique bajo cualquier otra bandera, las forasteras, para las que simulará una obediencia, porque bajo la nuestra, manchada por su irrespeto, ya no lo dejaremos hacer.
Muy amarga y fugaz será la trascendencia si por esta vía del espectáculo callejero y mentiroso se le busca. Ya sabemos de la indignación que agitó al cubano, y lo moverá al odio por siempre, aquella imagen de unos marines sobre la estatua del Apóstol. Ya vislumbramos, en las imágenes del payaso del Lazo Pardo, la perpetuidad del aborrecimiento que habrá de provocar su actuación en todo intelectual genuino.
(Pardo Lazo: mucha publicidad mala, y poca literatura buena, La Jiribilla, febrero 2009)
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