Lisandro Otero era hasta ahora, además del autor de varias novelas (alguna no del todo deleznable), el protagonista de varios zafarranchos con famosos. Joven periodista capaz de importunar a Ernest Hemingway mientras éste escribía en la barra del Floridita, hubo de aceptarle al norteamericano un puñetazo o el amago de un puñetazo. Recibió menosprecio por parte de Neruda en sus memorias. Y quienes han transitado el epistolario de Ernesto Che Guevara aseguran que la única carta airada y de desprecio que aparece allí va contra Lisandro. Puñetazo, insulto y carta ponzoñosa, Lisandro Otero lo ha aguantado todo. Y ahora suma a su destino de punching bag, el Premio Nacional de Literatura 2002.
Gana nuestro mayor premio literario y regresa a la isla luego de años de vida en Ciudad México. Señas de agasajamiento nacional no le faltaron desde hace unos meses: por las librerías habaneras andan como zapatos ortopédicos ejemplares del volumen que recoge cuatro de sus novelas y también ejemplares de una biobliografía suya. Y recién otorgado el Premio, La Jiribilla ha publicado una entrevista donde él habla de su regreso, elogia a Fidel Castro y lo compara con Isabel Tudor, con Octavio Augusto, y nos aclara enseguida: “Puedo decir esto sin temor a ser acusado de adulador, porque mi vida privada al margen de toda actividad pública y sin ninguna dependencia oficial, me permite esta licencia”.
Es bueno que Lisandro no muestre temor, porque de tal acusación no va a escaparse. No sólo adulador, sino también chicharrón, guataca y “la-ceniza-Senador”, quiere equivocarnos respecto a su hoja de ruta. “He residido muchos años fuera de mi país en Francia, Chile, Gran Bretaña, Rusia, España”, suelta en esa misma entrevista, y he aquí que nos asalta la envidieta y empezamos a preguntarnos si acaso fue con los derechos de autor de sus novelas que pudo permitirse esos lujazos. ¿O fueron sus artículos periodísticos los que le dieron tanta ala?
(La lengua suelta # 5, La Habana Elegante, segunda época)
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