Políticamente hablando, Padilla
ha devenido poeta fuerte dentro del canon cubano. (La academia, las agencias
literarias, las editoriales, los sin talento poderosos, todo lo que norma,
condiciona políticamente el canon.) No así poéticamente. Fuera del juego apenas soporta ya otras exégesis que la de los
discutidores de las polis, lo que es decir: querer sostener la escritura con
alfileres ajenos a lo poético. El hombre
junto al mar resulta en buena parte mediocre como su título; salvando
aquellos textos que recuerdan, deliciosa magdalena, los mejores versos de El justo tiempo humano. Vaya mala paga
(por demás justa) al creador de su generación en que, quizás, se encontraba el
suficiente talento para convertirse en lo que alguna vez intentó: la
contraparte-Lezama.
En Padilla, al parecer, se encontraban la
suficiente contención de escritura, el vasto imaginario, y la cantidad
necesaria de desasosiego para escribir textos como los que dejó entrever en Infancia de William Blake y en Dones. Pero su personalidad fue inferior
a los torpes designios de la Historia. Fue incapaz de dominar sus experiencias;
dejó que su vida precediera a su destino literario. A diferencia de su bien
amado Auden, quien a pesar de su neblinosa existencia ”parecía que nunca
tachaba ni perdía el hilo, nada superfluo y falto de nada” [Cyril Connolly],
Padilla no supo reponerse a la expulsión de la República. Olvidó que Platón ha
sido determinante en el devenir del pensamiento occidental, mas no precisamente
en el de la poesía.
(Heberto Padilla: más allá de la polis, El Nuevo Herald, julio 2007)
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