Guillermo Cabrera Infante se sentía muy inseguro de su escritura, pues desconfiado como era sospechaba hasta de sí mismo y de su propio talento, quizás pensando para sus adentros que estaba constituido solamente por una maraña informe de chistes y juegos de palabras sin gran interés.
Una vez que le dije que había dado un ejemplar de Vaya Papaya! a ya no sé cuál extremadamente famoso escritor argentino que me encontré en un vernissage en París donde exponía retratos imaginarios de escritores famosos, como si fueran máscaras de fama. Se ofuscó y me dijo reprochándomelo amargamente de que no debía de haberlo hecho porque ese individuo pensaba eso mismo de su obra, que solamente eran jueguitos insignificantes sin ninguna profundidad.
Le asustaba la mirada de ese malévolo colega y rival suyo, en la medida que confirmaba su propia sospecha, avivando así su tortura interior.
Parece que recordaba como fue que esa vez que se ganó el premio español que lo hizo conocido mundialmente. La entidad premiadora había pedido al recientemente creado gobierno revolucionario cubano que enviara buenos pretendientes al prestigioso premio porque ese año se lo daban a un cubano de todas formas. Guillermo no le había dado forma aún a ese conjunto de textos diversos que constituyeron Tres tristes tigres y a toda prisa los ensambló como mejor pudo, puesto que ya entonces cualquier conjunto de textos por muy disparatados que fueran era considerado “novela” gracias al vanguardismo imperante.
Esta azarosa génesis de su aparición sobre el escenario mundial de la literatura quizás le producía retrospectivamente cierto vértigo.
(Reflexiones de la Caimana: Filosoflying, Blog Café Fuerte, julio 2012)
No comments:
Post a Comment