Otro aspecto del problema es el papel de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, y por reflejo condicionado la Asociación de Jóvenes Escritores y Artistas. Ambas instituciones fueron creadas, presuntamente, con el objetivo de responder a los intereses y proyectos de los artistas y escritores del país. Pero en la realidad, no son más que derivación del aparato del Estado. Desde el “caso Padilla”, hasta la reciente reacción contra los escritores que firmaron la llamada “Carta de los Intelectuales” –reacción que propició la expulsión de los firmantes y legitimó a través de una carta firmada por cientos de escritores y artistas, una infame información al pueblo sobre la conducta civil de los expulsados de la UNEAC– la Asociación Nacional Artistas y Escritores cubanos se ha revelado como parte incondicional del mecanismo del Estado. Lo cual explica la postura ambigua en cuanto a los encuentros mencionados. Las paradojas saltan a la vista: ¿Cómo la UNEAC niega el apoyo franco a sus propios miembros? ¿Quiénes deciden en la UNEAC que se apoye o no determinados eventos culturales de complejidad ideológica? Es claro que estas decisiones son tomadas por la nomenclatura de la UNEAC en combinación con los organismos que rigen la política del Estado. Sus miembros no tienen ningunas participación en esas decisiones. Todo esto ocurre en el seno de una organización cuyo fundamento, por su presumible filiación liberal, sería la democracia sin restricciones.
(Carta abierta a los escritores cubanos, Encuentro de la cultura cubana, No. 1, 1996)
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