En 1965 ofrecí en la Tertulia Literaria de Rafael Montesinos una lectura provocativa de poemas de autores africanos, seleccionados y adaptados, más que traducidos, por mí, con la sola intención de añadir un argumento más en contra de esa estulticia llamada “poesía negra”, “afroantillana”, “afrobrasileira”, etc. que, salvo excepciones contadísimas, ni es negra ni es poesía.
Al ofrecer esos poemas africanos intentaba exaltar la belleza y la sensibilidad de una poesía que muestra a la perfección —como toda poesía auténtica— la conmovedora y magnífica espiritualidad del hombre negro. Quiero dedicar estas adaptaciones a Lidia Cabrera, la gran traductora del máximo poeta negro de las Antillas, Aimé Cesaire. Ella dio a las letras hispanoamericanas “Orígenes” “Cuaderno del retorno al país natal”, con dibujos de Wifredo Lam, y su gesto debió bastar para impedir que en Hispanoamérica se siguiese cometiendo la frivolidad de denominar “poesía negra” a una cosa útil sólo para ser estudiada por los sociólogos y analistas del racismo enmascarado.
(Introducción a Poetas africanos, 1975)
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