Navarro
Luna publicó un hermoso ensayo sobre mi poesía en la revista Verde Olivo,
órgano oficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. El viejo llegó a decir
que yo era uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. Su afirmación fue
legitimada por el poderoso organismo que representaba la revista.
Me dijo Navarro que el propio comandante
Guevara, verdadera fuerza rectora de Verde Olivo y Prensa Latina,
había aprobado personalmente la publicación del ensayo, no sin el disgusto del
director, Luis Pavón Tamayo, un versi!cador recién llegado de Holguín que se
empeñaba en aumentar su figurita de pelele con ambiciones descomunales de
poder. Lo tuvo algún tiempo, cuando Fidel accedió a conceder al Ejército la
dirección de la cultura, como hicieron los dirigentes chinos en sus legendarias
«brigadas rojas».
Después de haber hecho alarde de su
resentimiento en los comentarios firmados con el pseudónimo de Leopoldo Ávila,
el enano de Holguín arremetió contra sus antiguos obstáculos literarios y
publicó un librito de poemas que era más una guía sentimental de viajes por el
mundo, que el testimonio apasionante de la revolución que se esperaba de él.
Echado a puntapiés del cargo, se vio flotar a la deriva como el papanatas que era,
hasta convertirse en un alcohólico. Hoy es la mala sombra del montón de canalladas
impunes que cometió en nombre de la Revolución y de la clase obrera.
El papanatas tenía voz meliflua, un
cultivado aspecto de orfandad campesina, y ese talante reverencial y abyecto
que predomina en momentos en que el caudillo pide lealtad incondicional. Pavón
contó con la estrecha colaboración de la Seguridad del Estado, que le prestó el
término con que justificó las tantas depuraciones llevadas a cabo en los
sectores artísticos: parámetro. Se llenaban o no se llenaban los parámetros.
El Consejo Nacional de Cultura creó equipos de comisarios políticos para juzgar
(parametrar) a cada uno de los miembros de los grupos artísticos y asociaciones
culturales
del país. Se hacía tomando en cuenta la información policial que se nutría de
los testimonios de sus informantes.
La conducta sexual era factor determinante.
De un maricón o una lesbiana lo primero que se esperaba era
desafección al régimen. El homosexual no era un problema de la nueva sociedad,
sino al contrario, una lacra del antiguo régimen que tenía por objetivo
principal socavar o negar el actual proceso social. Pavón creía agregarle
pulgadas a su estatura cada vez que rebajaba con infundios a los pobres
bailarines de ballet o a actores mal pagados. Dio más prebendas a poetastros y
narradorcillos que en los peores años de la condenada corrupción del pasado;
pero la dirección política pensaba que un determinado grado de venalidad era
inevitable para llevar a cabo sus propósitos.
Muy altos dirigentes decían que no se
actuaba aún con la audacia necesaria para «golpear» a ciertos sectores del país
demasiado sensibles y peligrosos porque suelen despertar la solidaridad
internacional. Pavón fue el ensayo. Desde Verde Olivo él articulaba la
ofensiva en colaboración con viejos profesores con ínfulas de literatos que
ilustraban al pie de la letra aquel resentimiento en la moral de que hablaba
Max Scheller.
(La
mala memoria, Plaza y Janés, 1989)
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