Hay
mucho para entender y también perdonar en un hombre de su tiempo, quizá
demasiado atado a su circunstancia, como Retamar. Pero ningún poeta ni
historiador, ningún artista o escritor, pintor o bailarín, músico o titiritero,
nunca, pero nunca, ni en Cuba ni en cualquiera otra parte del mundo, puede
aceptar bajo ninguna circunstancia estar en un Consejo de Estado cuando ese
mismo Consejo, por ley, debe confirmar las penas de muerte, ya sea contra
horrendos criminales comunes, o martirizados reos políticos: nunca, nunca, en
parte alguna.
Los poetas, como François Villon, ofrecen el
cuello a la cuchilla o penden de la cuerda, pero nunca levantan la horca ni
arman la guillotina. Retamar debió excusarse de firmar, o renunciar al cargo,
antes que refrendar un papel que le quitaba la vida a tres seres humanos. Y no
sólo él, por cierto, pues hubo otros.
En la imposibilidad de acceder a los
originales firmados (custodiados en el Consejo de Estado de Cuba a los cuales
no se permite consultar ni reproducir), se sabe que la votación fue —como es
costumbre en la Isla— unánime. Y una de las más terribles atribuciones de ese
Consejo es refrendar las condenas de muerte. Roberto Fernández Retamar, como
Presidente de la Casa de las Américas, fue miembro del Consejo de Estado (y
también Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular) en las Legislaturas
V, VI y VII, desde 1998 hasta 2013: los hechos lo condenan.
(Roberto
Fernández Retamar: el escritor demediado (III). Cubaencuentro, septiembre
2019)
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