Retamar
tuvo el “don” de cumplir a la perfección varios objetivos del centro de poder
en Cuba— objetivos que trascendían las ideologías en juego en los inicios y
luego internacionalmente— el cual necesitaba para ello de un instrumento
idóneo, que permitiera el empleo del socorrido puño con guante de seda.
Desde el 1 de enero de 1959 inició ese
camino con un poema fechado en ese día: “Los sobrevivientes”:
Nosotros, los sobrevivientes,
¿a quiénes debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía,
la para mí, en su corazón?
¿sobre qué muerto estoy yo vivo…?
Con estos versos Retamar establece en la
literatura cubana el complejo de culpa dentro de sus creadores por no haber
participado con las armas en la lucha contra Batista; complejo que luego se
ampliaría con el concepto de compromiso intelectual, primero en su versión
sartreana y luego bolchevique. Aquí se anticipa al Che Guevara, que luego
expresará igual opinión, incluso más a las claras, en “El hombre y el
socialismo en Cuba”: el pecado original de los intelectuales cubanos es que no
son verdaderos revolucionarios.
“Calibán”, esta vez como ensayo, cumple
igual objetivo en 1971, al aparecer por los mismos días que el funesto Congreso
de Educación y Cultura que oficializa lo que luego se llamó el quinquenio gris
que en realidad fueron años negros.
En ese ejercicio como instrumento del poder
Retamar fue más que nuestro Gorki o Ehrenburg (papel propio de Carpentier): el
ejemplo de intelectual católico en sus orígenes, de clase media y formación en
el extranjero convertido en funcionario-comisario de la dictadura del
proletario.
En lo específicamente literario, a la poesía
cubana le hizo un daño momentáneo con la llamada poesía coloquial, pero ese,
por supuesto, fue un mal menor.
(El
sobreviviente. Publicado en la red, julio 2019)
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