El
primer sujeto que empezó a usar mi nombre de manera impropia, pretendiendo
imitar los célebres juegos de palabras del gran Guillermo Cabrera Infante
(quien jamás soportó al sujeto de marras, por cierto), cambiando el Zoé por
Soez, fue un gordo repugnante. Lo hizo en uno de sus vomitivos artículos en ese
periodicucho que yo llamo el Granma del Norte, absolutamente penetrado por el
castrismo y sus adláteres de periodistas. Al final, cerraba el artículo con un
“Zoé Valdés es la Madonna de la literatura cubana”, comparándome con la
cantante norteamericana, creyendo que con ello me hacía un daño irremediable.
Resultó que, por el contrario, esa frase la retomó el New York Times, citando
al periodicucho, e ignorando, por supuesto, el nombre del gordo lamenalgas, o
sea, indicando que yo era o soy “la Madonna de la literatura cubana”. La frase
la usaron a su vez mis editores norteamericanos para las cubiertas de mis
primeros libros editados en Estados Unidos, lo que me hizo un enorme favor de
venta. Un día fui a agradecerle irónicamente al obeso de sudor espeso cuyo
nombre se presta también a nombretes innumerables, y al que a sus espaldas
tratan de Gordo de Botero pueblerino en el mismo periodicucho, allá en Miami.
Me acerqué a su escritorio, y el cobarde empezó a encogerse como una cucaracha
acosada. No sabía ni dónde meterse, escondido debajo de su computadora.
(Zoé
Valdés: Cuba nunca me ha abandonado, tampoco es una obsesión. Entrevista en "Árbol invertido", agosto 2019)
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