Seré breve: el ministro Abel
Prieto lideraba la batida. Le correspondía por ser ministro de Cultura, porque
su sucesor en la presidencia de la Unión de Escritores no parecía estar a la
altura y porque sus superiores del Ministerio del Interior esperaban por
resultados. Añadir a esto la venganza personal, porque yo había publicado en el
suplemento cultural del diario español ABC una reseña negativa sobre su primera
novela, en la que él había puesto tantas esperanzas. Incluso llegué a burlarme
del hecho de que él fuera ministro.
Llegado el momento, me mandó un recado a través de conocidos comunes. Se
lo dijo a varios, para que me llegara sin falta: “Díganle a Ponte que él no va
a ser Brodsky.” No se trataba, como entendí enseguida, de que leyendo una
biografía de Brodsky fuera a enterarme yo de lo que no iba a ocurrirme. Porque,
¿quién va a creer en la promesa de un esbirro? Era, simplemente, el modo que
encontró él para bajarme los humos, para que, como se dice popularmente, no
fuera a creerme cosas.
Sin embargo, el ejemplo de Brodsky me sirvió de mucho, aunque no el
Brodsky de la lección policial de Prieto. Me sirvió para evitar la vanagloria
en que suelen caer quienes se sienten víctimas de un Estado, y para declinar la
lástima que suele dedicarse a esas víctimas. Así que mejor hablar poco de todo
esto. Lo cual vale también para la cuestión del exilio, del sentirse exiliado,
etc. Lección aprendida en entrevistas a Brodsky y en testimonios sobre él: Solomon
Volkov, Liudmila Stern, el volumen de conversaciones publicado por la
Universidad de Misisipi…
Claro que no fui Brodsky, y que lo que me ocurrió fue nada comparado con
aquello por lo que él pasó, pero recibí una lección de Brodsky. Lección buscada
por mí mismo y no por ninguna sugerencia de Abel Prieto, porque cuando nos
referimos él y yo a Brodsky lo hacemos desde sentidos contrarios. Yo pienso en
el Brodsky escritor, procesado judicialmente o no, perseguido o no, desterrado
o no. Abel Prieto, en cambio, prefiere pensarlo tal como alcanzaban a pensarlo
los esbirros de la Lubianka.
Prieto no es ministro por el momento, aunque puede volver a serlo si sus
jefes le silban. Ocupa ahora el puesto oficial de Niña de Guatemala, que antes
ocupara el exministro Hart, y tiene la encomienda de enamorar de Martí a quien
se le ponga por delante. Sin embargo, tal como dices, hay quienes empiezan a
darse lengüetazos de gato a sí mismos con tal de limpiarse, y habrá que ver a
dónde va a parar Abel Prieto en unos años. En cualquier caso, espero que sus
obligaciones oficiales le dejen tiempo para continuar su carrera de novelista.
Porque su primera novela era mala, la segunda (que también tuve el gusto de
reseñar) era infame, y espero que siga avanzando por ese camino.
(El acento Ponte. Una conversación. Entrevista con Ibrahim Hernández
Oramas. Rialta magazine, septiembre 2018)
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