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Tuesday, November 10, 2015

Reinaldo Arenas vs. Vicente Echerri

Desde hacía tiempo, Hiram Pratt me había presentado a un extraño personaje que decía ser un ex preso político y que estaba haciendo todo lo posible por irse del país en una lancha; se llamaba Samuel Echerre y vivía en una celda de la catedral episcopal que estaba en el Vedado. En realidad, ya Samuel había hecho el intento de irse en una lancha junto a otros amigos por la parte sur del país, con la idea de poder llegar a la isla de Gran Caimán; Samuel sentía una pasión desenfrenada por Inglaterra y pensaba que, si llegaba a aquella isla, sería trasladado inmediatamente a la presencia de la reina Isabel, por quien sentía una pasión incontrolable. En medio del mar, el motor de la lancha se rompió y no hubo manera de poder arreglarlo, porque no encontraban la llave que era necesaria para abrir el motor. Como en aquellas circunstancias el motor era un estorbo, lo echaron al mar para seguir remando hasta la isla de Gran Caimán, pero entonces descubrieron que la llave estaba debajo del motor. Siguieron un poco a la deriva hasta que vieron tierra y comenzaron a dar vivas a la reina Isabel. Inmediatamente, fueron arrestados por unos milicianos y luego condenados a ocho años de cárcel. Samuel se rehabilitó y cumplió solamente dos años y medio. Cuando yo lo conocí, había salido de la cárcel y vivía en la iglesia episcopal, aunque su madre aún vivía, enferma de cáncer, en su casa en Trinidad. En una de las invitaciones que luego me hizo a su casa en Trinidad, pude ver allí una enorme foto de la reina Isabel de Inglaterra, en el centro de la sala. Debajo de aquella foto había una mesita donde Samuel, religiosamente, se sentaba todas las tardes a las cinco, completamente ataviado de negro, con sombrero de copa y guantes negros también, a tomar el té en compañía de algunos otros amigos.
   Samuel atravesaba la ciudad de Trinidad con una temperatura superior a los cien grados, con aquellos atavíos y aquel sombrero de copa. No era solamente la manera rara en que se vestía, sino que su figura era una de las más estrambóticas que el género humano haya conocido: alto, desgarbado, con un pelo lacio que le chorreaba en la frente, con unos ojos saltones, con una nariz prominente y encorvada, con una boca desmesurada, con unos dientes gigantescos y una cara llena de granos, además de unas manos largas y huesudas; era la viva estampa de una de las brujas de Macbeth o de los cartones de Disney.

(Antes que anochezca, Tusquets, 1992)

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