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Monday, November 16, 2015

Duanel Díaz vs. Rafael Rojas

Mal empieza Rafael Rojas cuando, en su respuesta a los críticos cubanos de su libro La vanguardia peregrina, afirma que la mía es una “diatriba vestida de reseña”. Diatriba, según el Diccionario de la Real Academia Española, es “Discurso o escrito violento e injurioso contra alguien o algo”; injuria es “Agravio, ultraje de obra o de palabra, Hecho o dicho contra razón y justicia”. Y nada hay de ello en una reseña que carece de argumentos ad hominem. Crítica acérrima, poco diplomática, pero crítica razonada, donde cada afirmación, en lo posible, se fundamenta con ejemplos. Hay una norma ética no escrita para este tipo de reseñas, que dice más o menos así: informa sobre el libro en cuestión y refuta lo que quieras, o lo que puedas. Es decir, además de dar opinión o emitir juicio, hay que ofrecer una descripción del objeto criticado que permita a los lectores formarse una idea del mismo. Mi reseña puede ser tachada de descortés, pero no de haberse saltado esta regla fundamental: centrándome en el meollo del libro, eso que el autor llama “la paradoja de aquella vanguardia peregrina” (p.25), cité casi diez veces a Rafael Rojas.
   A Rojas, en cambio, le gusta menos citar; prefiere tergiversar. Sólo tergiversando mi reseña la puede convertir en una diatriba, y sólo convirtiéndola en una diatriba logra saltarse la necesidad de refutar las críticas de fondo que le hago. Mi réplica ha de seguir, entonces, el camino contrario: voy a citar y recitar a Rafael Rojas. Sé que tanta cita va en detrimento de la elegancia de mi prosa, pero, como justamente señala Rojas, no soy ningún estilista; me interesa más abundar en mi razonamiento, desarrollarlo hasta el cansancio, para mostrar que con su conato de réplica Rojas no hace sino ponerse en evidencia, evidenciar su falta de razón. Mi mejor aliado ha de ser pues el propio Rojas, su libro La vanguardia peregrina, ese que los lectores del futuro, disipada ya esa neblinosa telaraña que entretejen Fama y Sede, podrán valorar con menos prejuicio.      
   Una cláusula le basta a Rojas para dar cuenta de mi reseña: "Si obviamos la abierta tergiversación -como cuando afirma que en el ensayo "Mariposeo sarduyano" se identifica el "barroco de la Revolución" de Sarduy con la ideología oficial cubana o con el propio régimen-, o el deliberado equívoco -decir que confundo "modernism" y "vanguardia", siendo todos los escritores que estudio posteriores y críticos del "modernism"-, o el evidente escamoteo -descartar que el 68 sea un tema del libro, cuando aparece, por lo menos, en cuatro de los ensayos, además de la Introducción-, el principal reproche de Díaz sería que La vanguardia peregrina y, de paso, otras dos obras anteriores, El estante vacío y La máquina del olvido, son libros desechables porque no son "orgánicos" y aparentan serlo."
(…)
   Descalificación, o casi, es afirmar, como hace Rojas, que “en sus últimos libros [Duanel Díaz], tampoco hace crítica literaria, ni historia intelectual sino interpretación ideológica de la literatura, aunque con frecuentes apelaciones neopositivistas al "error" o a la "equivocación" en el saber cultural.” No me queda claro qué es “interpretación ideológica de la literatura”, aunque entiendo que resulta una práctica de menos valor que la crítica literaria y la historia intelectual. Pero Rojas no explica, no especifica, no ofrece ni un ejemplo. Ya sé que no le gusta citar demasiado, pero cuando se hacen tales afirmaciones es necesario sustentarlas. Posiblemente con ese señalamiento se refiere a algo parecido a lo que los marxistas llamaban “sociologismo vulgar”, esto es, un tipo de exégesis que relega la forma de los textos para concentrarse sólo en sus contenidos ideológicos; una crítica filistea que desconoce la autonomía de la literatura y el valor estético.
   En su nota sobre mi libro Palabras del trasfondo, Rojas afirmaba, en este sentido: “En varios momentos del libro se tiene la impresión de que, para él, el valor literario de una novela o un poemario está determinado por su mayor o menor anticastrismo.” Allí Rojas mencionaba a Coetzee, a Mandelshtam  y a Solzhenitsin, pero de mi libro sólo ofrecía una breve cita que, como señalé en mi larga réplica (que puede leerse en la entrada anterior de este blog), estaba burdamente manipulada. Para responder legítimamente a aquella respuesta mía, Rojas hubiera tenido que señalar cuáles eran esos momentos donde yo apreciaba los textos literarios en proporción directa a su anticastrismo, hubiera tenido que poner algunos ejemplos concretos del reduccionismo que según él aquejaba mi discurso; hubiera tenido, en definitiva, que citar un poco de Palabras del trasfondo. Pero Rojas no replicó; seguramente ello lo hubiera llevado a sacrificar algo del brillo de su prosa. Visto está: él no suele citar mucho cuando escribe según qué notas y reseñas. Lo suyo es el name dropping.

(Crítica razonada, y con muchas citas, de Rafael Rojas. Blog Cuba: la memoria inconsolable, septiembre 2014)

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