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Friday, July 10, 2015

Roberto Madrigal vs. “Hablar de Guillermo Rosales” de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco

El pequeño libro sobre Rosales, por el contrario, viene precedido de una caravana de artículos elogiosos de escritores de calidad, generación y visión ideológica tan variada como son Uva de Aragón, Daniel Fernández, Reina María Rodríguez y Matías Montes Huidobro. Este último lo califica de “hipnótico y fascinante” y aunque siento el mayor respeto por la figura literaria y la persona de Montes Huidobro, con quien tuve la suerte de compartir mesa en la feria del libro de Miami durante el lanzamiento de mi novela y de una obra suya, me parece que en este caso su entusiasmo, en el artículo que publicó en Cubaencuentro,  peca, por lo menos, de propagandístico y de tener un gran conflicto de interés, ya que él fue quien escribió el texto de la contraportada.
   Es hasta cierto punto lógico exaltarse con la publicación de una obra sobre alguien que, como llaman Mirabal y Velazco en su libro, pertenece a “un canon alternativo de la literatura cubana”. A la larga, más allá de los propósitos y despropósitos de sus autores los libros se convierten en entidades independientes cuyo alcance sus creadores no controlan. Pero una vez que terminé de leer este libro, no comparto el entusiasmo de los arriba citados.
   El libro, en su conjunto, es bastante mediocre y está lleno de defectos. A pesar de la brevedad de la vida y de la obra de su sujeto, de quien se ha escrito relativamente bastante, no aportan casi nada nuevo.
   Desde el punto de vista biográfico es obvio que poco saben de Rosales. El libro se concentra mayormente en su etapa en la revista Mella, ese órgano de la extrema militancia y del talibanismo cubano de la década de los sesenta. Un periódico que fue un azote de la juventud “diferente” y que se dedicaba a vender a los jóvenes los nuevos valores revolucionarios. Pero inclusive aquí no hay una buena indagación. Toman su nota de presentación, que rezaba “solo cuenta con 16 años. Llegó un día a MELLA, sin más presentación que un interés desbordado por el periodismo”. El problema es que a Mella no se llegaba así como así y es muy probable que haya entrado a esa revista gracias a la relación entre Isidro Rosales, su padre, y Carlos Quintela, entonces director de la publicación, quienes fueron antiguos militantes del partido y la juventud socialista antes de 1959. Tampoco indaga, una vez que salió de Mella, cómo se hizo posible su deambular y qué razones lo desaparecieron del mapa, hasta de la cartografía de sus amigos. Los datos que ofrecen son superficiales y conocidos para todos aquellos que tienen una idea de quien fue Guillermo Rosales y que no iluminan mucho a quienes no lo conocieron. Tampoco entran a analizar las cuestiones políticas que lo llevaron al exilio y en la página 51 dicen que “se fue de repente”, según los autores, su problema en Cuba parece ser de índole personal.
   Sospechosamente, como hizo Velazco en un artículo que publicó para la revista que dirige sobre Esteban Luis Cárdenas, otro escritor marginado y reprimido, las presiones sociales, se acentúan en el exilio. Hacen hincapié en el ninguneo y en el rechazo que la sociedad cubana de Miami le hizo a Rosales. Lo cual es verdad hasta cierto punto, pero hay que destacar que mientras en Cuba solamente publicaba algunos cuentos en semanarios y tras presentar su novela Sábado de Gloria, Domingo de Resurrección (publicada tras su muerte bajo el título de El juego de la viola), se le concedía una recomendación para que su obra fuera publicada, lo que nunca sucedió, en el exilio ganó el premio Letras de Oro con su novela Boarding Home, que luego ha sido traducida al inglés, al francés y al hebreo, y que sobre su obra se ha escrito bastante, entre ello trabajos de Ivette Leiva, Ernesto Hernández Busto y una tesis doctoral de Isabel Ibarra y Rickley Marques, para citar solo algunos. Rosales era un escritor y un hombre difícil. Autodestructivo y contradictorio. Un hombre ajeno al protagonismo y dedicado a su obra, perteneciente a esa cada vez más escasa raza de escritores que no hacen concesiones. Molesto en cualquier contexto, pero no cabe duda de que las consecuencias de esa molestia se pagan más caro en Cuba que en ninguna otra parte y esto lo escamotean los autores.
   El análisis literario, bastante exhaustivo, que hacen de sus obras sí es interesante, pero adolece del defecto de que no contextualiza su estilo, tanto periodístico como narrativo, con el de los otros jóvenes de su generación. Esto se evidencia como necesario a medida que uno avanza en el texto. Establecen su originalidad sin decir con respecto a qué. Dentro de ese análisis de su obra me parece que también traen por los pelos su comparación con One Flew Over the Cuckoo’s Nest, de Ken Kesey, aunque mencionan que “ha sido señalado por la crítica el parentesco”, sin citar a nadie en concreto.
   Yo me fui de Cuba en 1980 y Rosales marchó antes. Hasta ese momento, nunca se encontró disponible en Cuba una versión española de la obra de Kesey y la película de Forman no se exhibió porque éste se había exilado. Si Rosales, cuyo inglés me consta era deficiente, se encontró con ese libro, fue ya en el exilio, más allá de su etapa de formación, y la película pudo haberla visto en un VHS gastado. Dudo mucho que hubiera tenido un contacto serio con esa obra. Sin embargo, los autores desconocen la influencia que sobre la generación de Rosales tuvo una película que se exhibió en la cinemateca, titulada Marat/Sade (1967) del director Peter Brook, que se convirtió en objeto de culto y llevó a muchos a la lectura casi clandestina de la obra teatral de Peter Weiss titulada La persecución y  asesinato de Jean Paul Marat representada por el grupo teatral de la casa de salud mental de Charenton bajo la dirección del Marqués de Sade, que condujo a casi toda mi generación (y la de Rosales, que es casi la misma) a leer hasta el cansancio al Marqués de Sade, con cuya obra sí tiene muchos puntos en contacto Boarding Home.
   Lo peor del libro son las entrevistas. Principalmente porque se limitan a entrevistar a figuras que han representado o representan la oficialidad cubana (Víctor Casaus, Félix Guerra, Eliseo Altunaga, Silvio Rodríguez) y el único que parece salirse del molde es Norberto Fuentes, porque vive aquí, pero cuya relación con Rosales se limita a la época de la militancia de ambos. No entrevista a nadie que haya conocido a Rosales durante su exilio, y hay muchos, como Manolito Casanova, Nicolás Lara, Orlando Alomá, Juan Abreu, José Abreu, Jesús Barquet y muchos otros, que se encuentran vivos y localizables. No sé si tuvieron que pedir permiso a las autoridades de allá para realizar las entrevistas, pero la visión es muy incompleta. Para colmo, dan la impresión de que Rosales era un esquizofrénico, de lo cual no estoy seguro, ya que por toda la evidencia que el propio libro presenta y de lo que conocí de resonancias de su personalidad, debe haber sido maníaco-depresivo, una enfermedad muy ligada a la creatividad. Permitirle a Norberto Fuentes, sin cuestionarlo, la fanfarronería de diagnosticar a Rosales como esquizofrénico porque tenía “alucinaciones”, característica de muchas psicosis y no definitoria de la esquizofrenia, peca de superficialidad y le hace un flaco favor a la imagen de Rosales.
   El libro también ostenta falta de profesionalidad en el texto en cuanto a que apenas hay referencias y desde el punto de vista editorial no hay un índice ni una presentación. No se identifica con fichas, aunque sean mínimas, a los entrevistados, y aunque es cierto que todo el mundo conoce a Silvio, muy poca gente tiene idea de quiénes son Félix Guerra (oscuro personaje), Eliseo Altunaga e incluso Norberto Fuentes.
   Esta obra descuidada y parcializada puede llegar a convertirse en el arma de Caín para asesinar al sujeto del trabajo o a los autores del libro. El tiempo dirá.

(La quijada de asno. Blog Diletante sin causa, septiembre 2013)

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