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Friday, November 21, 2014

Roberto González Echevarría sobre Carpentier ensayista

Carpentier no fue un gran ensayista. El ensayo es un género dúctil, fluido, que parte de un yo cuya situación e interioridad están en juego, y que dialoga con el lector. En efecto, su origen en el siglo XVI —en Montaigne— no es otro que el diálogo clásico, de donde proviene el tono conversacional de los interlocutores, uno de los cuales, por separado, se convertirá en el ensayista. Por su henchida erudición, y por el hábito del periodismo practicado desde el extranjero, en que suministraba información al lector cubano, la prosa de Carpentier resulta demasiado recargada de datos y carece de un sujeto que se le revele al lector con intimidad, ni mucho menos de igual a igual y dispuesto a conversar con él. A esto se añade una retórica anticuada de la que raras veces pudo despojarse Carpentier, cuyo más chocante giro es una molesta segunda persona del plural —un vosotros— que suena cursi (picúo) entre cubanos. Los «pensad» o «imaginad» de Carpentier, siempre en imperativo, sólo se escuchan entre nosotros en el idioma litúrgico del himno nacional («corred, os contempla, no temáis, escuchad»). Hay también repetidos engolamientos en que se transparenta el francés («Pero he aquí que», mais voici que). Como periodista Carpentier tenía buen ojo para lo raro, lo nuevo, sobre todo en materia de arte, inclusive el popular, y no hay duda de que dejó algunos ensayos notables, como «La ciudad de las columnas» o «Martí y Francia», y el hermoso libro La música en Cuba (1946), pero no fue éste su mejor género. En el contexto cubano no supera como ensayista a Mañach, a Marinello o a Lezama, y en el latinoamericano no puede compararse con Mariátegui, Reyes, Henríquez Ureña, Borges, Martínez Estrada o Paz.

(Versiones y perversiones de Carpentier, Encuentro de la cultura cubana, No. 14, 1999)

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